¿Qué resulta más valioso para una franquicia? ¿La película que le da inicio con paso firme o una que supone un punto de inflexión significativo? Repetimos mucho que no hay nada como el original, que sigue siendo el momento de mayor sorpresa y eso es imposible de igualar por parte de una secuela derivada.
Pero en no pocas de estas sagas termina habiendo una secuela que no sólo sobresale, realmente aprovecha todo el potencial que tiene esta historia, este mundo o estos personajes. Y en el terreno del cine, ninguna lo plasmó tan bien y de manera tan perdurable en el mundo mágico como ‘Harry Potter y el prisionero de Azkaban’.
Magia y descubrimiento adolescente
20 años se cumplen del estreno de esta tercera película, esta vez dirigida por un Alfonso Cuarón que hizo sólo una entrega pero la hizo absolutamente memorable. Daniel Radcliffe, Rupert Grint y Emma Watson protagonizan una vez más esta aventura sobrenatural y adolescente que podemos ver en streaming a través de Max.
En esta ocasión, el inicio del curso escolar en Hogwarts está marcado por una amenaza distinta. Sirius Black, un peligroso mago que estaba encerrado en prisión por sus conexiones con el diabólico Voldemort, escapa y pone en peligro a Harry Potter después de hacerlo contra sus padres en la noche en la que fueron asesinados. Todos tomarán especiales precauciones para protegerle, incluso con polémicas medidas con la entrada en el colegio de dementores, unos siniestros seres capaces de absorber la energía vital de la gente.
Después de asentar una fantasía ilusionante y un lore amplio en las dos películas de Chris Columbus, el mexicano Cuarón fue elegido (con un poco de reticencia por su parte) para avanzar la franquicia al siguiente nivel. Viniendo de la genial cinta adolescente ‘Y tú mamá también’, se consideró que pudiera llevar a buen puerto este punto clave en la evolución de los personajes, aunque con mucho menos despertar sexual, reflexión política y homoerotismo.
‘Harry Potter y el prisionero de Azkaban’: elevando la saga
Resulta sorprendente, especialmente en unos tiempos de secuelas cada vez más clónicas y seguras, cómo Cuarón puede tener tanto control de la personalidad visual de la película y del tono. No sólo es esa paleta más grisácea, que consigue llevar a un toque incluso más gótico que lo que lograron películas posteriores, sino también el brío con el que lleva la cámara para elevar la propuesta.
Pero también da perfectamente con el tono, todavía con esa ilusión juvenil pero debidamente tamizada por ese paso hacia la madurez, a ese contacto con un mundo cada vez más peligroso. Es capaz también de sostener emocionalmente un conjunto que supone más conflicto interno para el protagonista principal, y también ofrecer algunos de los instantes más espectaculares de toda la franquicia.
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