Inicio Nacionales y Mundo ¿A quién le habla el Presidente?

¿A quién le habla el Presidente?

Feriado largo de carnaval, con una sociedad que está harta de casi todo, una oposición que finge amnesia selectiva y un gobierno que exhibe su fractura a cielo abierto como prueba de fragilidad. El Presidente, desgastado por las circunstancias no deseadas, errores propios a patadas, dos años de mandato que parecen seis y una larga lista de ejemplos que lo muestran en uso de un traje que le queda grande, lee durante más de una hora y media ante la Asamblea Legislativa. Más allá de la obligación institucional y el protocolo de la república representativa, ¿Por qué lo hace? ¿Qué tiene para decir Alberto Fernández que no haya dicho en sus dos años largos de mandato en los que tuvo una presencia permanente como emisor? Probablemente nada. ¿Hay algo que pueda alterar la perspectiva de los que no dudan? Probablemente no. Sin embargo, el Presidente habla rodeado de Cristina Fernández y Sergio Massa, dos socios raros, tal vez circunstanciales, que podrían ser los primeros en relativizar su mensaje y por motivos diversos, no siempre coincidentes. 

Condena la violencia bélica, habla por primera vez de la “invasión militar” de Rusia a Ucrania y se concentra en remarcar los esfuerzos de su gobierno para hacer frente a la pandemia que dejó más de 126 mil muertos: recuerda las 112 millones de dosis de 7 laboratorios que contrató el Estado Argentino y destaca el éxito de su gestión ante la variante omicrón. No puede ni quiere repasar los costos que tuvo haber eliminado cualquier tipo de asistencia extraordinaria ante una situación que lo era, durante los primeros seis meses de un 2021 en el que no había vacunas de ningún tipo. ¿Cuántos tuvieron que salir a pelear por su sobrevida en momentos en que el virus arrasaba porque el gobierno decidió dar por terminada una pandemia que pegaba como nunca y seguía cobrandose victimas fatales? ¿Cuántos murieron en el camino? “Sería un grave error quedarse con los logros y no ver el sufrimiento. Porque la combinación de ambas crisis produjo desgracias personales y colectivas, que van desde cuestiones económicas hasta la pérdida de seres queridos. Pero también sería un error ver solo lo negativo y obviar los datos que indican una recuperación creciente y constante. Esos logros son muy reales”, dice.

Después, repasa largamente los números del INDEC que difunde la mitad optimista del gobierno y muestran la reactivación económica en la industria y la construcción, destaca el éxito del Previaje, los 17 meses consecutivos de aumento de la recaudación por encima de la inflación, la mejora en el empleo y la tenue reacción de salarios pulverizados en los últimos 8 años, en especial desde 2017. Cada uno de esos datos tiene, sin embargo, cifras que pueden desmentir o relativizar la algarabía oficial.

Dos veces, al comienzo y al final, aludirá a un tiempo “bisagra” que le toca vivir. Es el Presidente, más que nadie, el que necesita que a esta hora se esté iniciando un quiebre con respecto a los dos años anteriores y que estemos a las puertas de un viraje que le permita tener su segunda oportunidad. Cumplir en dos años con lo que prometió hacer en cuatro.  

Fernández citó a Perón como parte de su llamado a la unidad y a Francisco como parte de su crítica a la teoría del derrame, culpó a los gobiernos neoliberales que se sucedieron desde la última dictadura militar hasta hoy por las actuales cifras de pobreza y marginalidad y prometió que el acuerdo con el Fondo, esta vez, no abrirá a una nueva temporada de sacrificios. 

El problema es que la mitad de su gobierno es la que no le cree, cuando dice que firmó “el mejor acuerdo que se podía lograr”, festeja un “entendimiento inusual”, “sin políticas de ajuste y con incremento del gasto real”, sin reformas estructurales y sin tarifazos. El Frente de Todos hoy se sostiene en el lazo inestable que lo une con su vicepresidenta, la jefa de un espacio que ya se despidió del gobierno. Al menos eso se deduce de la ausencia elocuente de Máximo Kirchner y Eduardo “Wado” De Pedro en el Congreso y de las críticas feroces que deslizan desde el cristinismo al rumbo de un gobierno que, repiten, puede terminar muy mal. El principal respaldo del Presidente está en el peronismo antikirchnerista, siempre dispuesto a soñar con la emancipación que el propio Alberto obtura, por convicción o temor.  

Junto con el repaso de los datos alentadores de la economía, el profesor de Derecho Penal anunció la construcción del gasoducto Néstor Kirchner desde Vaca Muerta, una decisión que apuesta a compensar finalmente con gas propio la importación de combustible que hoy eleva la montaña de subsidios que es imposible de reducir con un aumento de tarifas como el que anuncia el gobierno. Aludió a la inflación, se refirió a la inseguridad y le dedicó un largo párrafo a la economía popular. “Es hora de que los argentinos y argentinas que puedan hacerlo, vuelvan paulatinamente al empleo formal y puedan ir prescindiendo de los planes sociales. Debemos saber que ese trabajo existe en la informalidad y que hasta aquí, no ha sido regularizados adecuadamente. Es hora de reconocer, visualizar y registrar las actividades de la economía popular. Debemos avanzar en su productividad y crecimiento construyendo nuevas generaciones de derechos”. Otra vez, el mismo síntoma: una parte de los movimientos sociales, alineada con el Presidente, aplaudía dentro y fuera del recinto. La otra, en cambio, descarta la incorporación de los sectores informales a un mercado laboral que no crece, y sigue reclamando la creación de un Salario Básico Universal. De un lado, el Movimiento Evita; del otro el MTE de Juan Grabois.

Más de una vez durante su mensaje, Fernández se definió como un hombre falible en sus funciones y pidió que la oposición también se digne a darse un baño de humildad. Recibió como respuesta la retirada de los duros de Juntos que dejaron a Facundo Manes en una soledad escalofriante. Manes pensará que quedarse era su deber o su oportunidad de diferenciarse de cara a la etapa que viene. El mensaje de Alberto dejó contentos a los optimistas del albertismo de liberación, pero no movió en un ápice la postura de los halcones de Juntos y no está claro en lo más mínimo que haya disuadido a La Cámpora de su gestualidad de ruptura. Si a Fernández le queda todavía alguna chance de sobrevivir, como la que anhelan él y sus laderos, depende de la escucha de esa sociedad extenuada, en especial de la franja que viene de migrar del oficialismo a la oposición, el fastidio y la abstención. Si el Presidente logra convencerlos no dependerá de lo que dijo en la Asamblea Legislativa sino de la correspondencia que exista entre el discurso oficial y la vida de las mayorías.