A sus casi cuarenta años, Peter Sellers era el rey del humor en el cine a mediados de los 60. Suyo era el inspector Closeau de ‘La pantera rosa’, ‘El guateque’, ‘Casino royale’ y, por supuesto, ‘¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú’, el algo incomprensible título que en España dedicamos a ‘Dr. Strangelove or: How I learned to stop worrying and love the bomb’, la película de Stanley Kubrick donde interpretó a tres personajes… Pero estuvo a punto de interpretar a cuatro.

La Guerra Fría de Kubrick

Originalmente, Stanley Kubrick no quería hacer reír, sino crear un thriller sobre un accidente nuclear ocurrido en plena Guerra Fría. De hecho se inspiró en la novela ‘Red alert’ y escribió el guion con el propio autor, Peter George, pero la película poco a poco fue sacando su humor y se convirtió en lo que conocemos: una comedia negra. De hecho, el título original fue aún más oscuro, ‘Dr. Doomsday o: cómo empezar la III Guerra Mundial sin querer’.

Columbia Pictures accedió a financiar la película solo si se cumplía un requisito: Peter Sellers, el actor de moda, debía interpretar al menos cuatro papeles. Su razonamiento se basaba en que gran parte del éxito de ‘Lolita’ se debía a su aparición y querían intentar doblar la experiencia (y las entradas). Kubrick aceptó, pero Sellers no estaba muy contento: sentía que no iba a tener el tiempo suficiente para prepararse bien el susodicho cuarto papel.

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Además del Capitán Lionel Mandrake, el presidente Merkin Muffey y, por supuesto, el Doctor Strangelove, estaba planeado que el actor interpretara a TJ King Kong, que acabaría montando en la bomba nuclear en la escena más famosa de la película. Sin embargo, le costaba pillar el acento tejano necesario para su personaje, y no paraba de frustrarse. Kubrick, tan perfeccionista como siempre, incluso consiguió que uno de los guionistas, Terry Southern, le grabara las líneas a la manera sureña para que las fuera ensayando. De poco sirvió.

La caída de Sellers

Poco a poco la película estaba saliendo adelante: Peter Sellers estaba mejorando sus líneas de diálogo y el acento tanto que sus improvisaciones empezaron a formar parte del guion, pero justo después de empezar a rodar llegó la desgracia. Y es que Peter Sellers se hizo un esguince de tobillo y no pudo continuar con el trabajo, así que Stanley Kubrick tomó una difícil decisión: sin importar lo que dijera Columbia, había que sustituirle. Pero le tenía tanto aprecio que consideraba que nadie profesional podría ser tan bueno como él.

Telefono Rojo Volamos Hacia Moscu Telefono Rojo Volamos Hacia Moscu

«No podemos reemplazarle con otro actor, tenemos que conseguir un auténtico personaje de la vida real, alguien cuya carrera de actor sea secundaria, un cowboy». Y así empezó un proceso de casting largo y laborioso en el que no encontraban a nadie perfecto para el papel… Hasta que conocieron a Slim Pickens.

«Slim Pickens» era el nombre artístico de Louis Burton Lindley Jr, y su nombre venía de la expresión «Slim pickins», o, dicho de otra manera, una probabilidad de ganar muy baja en un rodeo. Pickens, desde niño, había aprendido a montar caballos y enlazar vacas, hasta el punto en que era su mayor virtud. Cuando se alistó en la II Guerra Mundial y le preguntaron a qué se dedicaba, dijo «rodeo», pero los jefes entendieron «radio» y estuvo toda la guerra metido en una estación de radio de Estados Unidos. Maravilla.

El éxito de Slim Pickens

Pickens, a los 31 años, empezó a buscar nuevos horizontes profesionales: en los años 50, con la fiebre del western (ríete de los superhéroes de hoy en día), empezaron a ficharle como secundario o especialista en multitud de películas de bajo o medio presupuesto. Era todo un partidazo: no necesitaba un extra que hiciera las escenas de riesgo por él, llevaba su propia ropa… No era el mejor actor del mundo, pero tenía cierto carisma.

Hizo escenas con Charlton Heston, John Wayne, Steve McQueen, Michael Caine, Toshiro Mifune… Aunque sería siempre recordado por su papel como Kong en la película de Stanley Kubrick, donde dejó a todo el mundo anonadado. Su acento era perfecto, su timing cómico era único, y no necesitaba conocer el guion entero: con aprenderse sus partes era más que suficiente.

Cuentan que cuando Kubrick fue a comprobar si había llegado bien al hotel, Pickens le contestó de la manera más auténtica posible: «Es como lo que dice un viejo amigo mío de Oklahoma: solo dame un par de zapatos sueltos, un coño prieto y un sitio caliente para cagar, y todo irá bien». No todo fue bien, claro: tuvo que hacer más de cien tomas de la famosa escena de la bomba atómica y, aunque la película le dio fama internacional y consiguió papeles más grandes, terminó con cierto resquemor hacia el director. Tanto, que se permitió el lujo de rechazarle cuando le ofreció trabajar en ‘El resplandor’. Solo aceptaría el papel si el director firmaba tardar menos de cien tomas en rodar a su personaje. Kubrick no pudo aceptar.