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Celebración del volumen

¿Se imaginan si el planeta fuera todo llanura o exclusivamente montañas? Si sólo hubiera agua nos ahogaríamos. Y si encontráramos exclusivamente piedras a nuestro paso, viviríamos tropezándonos, dañándonos. ¿Qué pasaría si el clima fuera parejo, homogéneo, sin cambios entre las estaciones? No sólo nos resultaría aburrido y poco atractivo, sino peligroso, porque la Naturaleza requiere de la biodiversidad para perpetuarse. Ella nos enseña y en nuestra capacidad de descubrir lo diferente, en la experiencia de nombrar con el lenguaje lo que vamos distinguiendo, nos volvemos más humanos. Ocurre con las personas lo mismo que con los espacios. Si todos fuéramos iguales o si nos gustara lo mismo, acabaríamos como especie. 

Contra el modelo de belleza dominante, el pintor colombiano Fernando Botero ha ofrecido una galería de pinturas de figuras robustas y gruesas para transmitir su búsqueda de la sensualidad a través del volumen. “Así se crean campos de color”, ha explicado el artista de mayor resonancia internacional de su país. Lo mismo ha hecho en nuestro país el artista entrerriano Julio Lavallén, creando obras maravillosas con gordas, inspirado en su modelo Claudia Nebbia, a quien hoy recordamos desde esta columna.

Lo delgado y lo voluptuoso son motivo de goce, junto con todas sus posibilidades intermedias. ¿Qué serían del uno sin el otro? Líneas finas, medianas y gruesas aplicadas a la anatomía, durante la historia del arte, dan cuenta del enorme abanico que ofrecen la vida y la creación, a través del tiempo y del espacio.

Veamos cómo ha variado, por ejemplo, la representación del cuerpo femenino. Hace menos de dos décadas se encontró en Alemania la escultura de la Venus de Hohle Fels, tallada en marfil. Se trata de la figura de mujer más antigua, de entre 35 mil y 40 mil años de antigüedad. Su aspecto difiere de lo que en nuestros días se considera un cuerpo normal: es redondeada, con una gran panza, pechos de grandes dimensiones y unas piernas contundentes que surgen de anchas caderas. La vulva enorme se ve con sus labios abiertos. Todo es franco, nada se disimula. ¿Habría juicio entonces?

Continuemos con el paseo diacrónico por obras que produjeron artistas relevantes, en el amanecer de la modernidad. Allí está, del veneciano Tintoretto, Susana y los viejos (de alrededor de 1565), donde en óleo sobre tela se ve a una mujer con un cuerpo generoso, de abundantes pliegues y curvas, observándose a sí misma con aprobación en un espejo, mientras unos mirones la espían con lujuria. En las Tres Gracias, que el barroco Rubens pintó hacia 1639, aparecen con un velo transparente los cuerpos con celulitis de Aglaya (Belleza), Eufrósine (Júbilo) y Talia (Abundancia). Son féminas que habitan sus anatomías con elegancia y aceptación. De hecho, una figura rubenesca refiere a la gordura atractiva de las mujeres voluptuosas. 

“La belleza es un sistema monetario semejante al patrón oro”, escribe a comienzos de los años noventa la escritora y analista feminista estadounidense Naomí Wolf para desmontar el mito de la belleza. “Como cualquier economía está determinado por lo político y en la actualidad –en Occidente- es el último y más eficaz sistema para mantener intacta la dominación masculina. El hecho de asignar valor a la mujer dentro de una jerarquía vertical y según pautas físicas impuestas por la cultura es una expresión de las relaciones de poder, según las cuales las mujeres deben competir de forma antinatural por los recursos que los hombres se han otorgado a sí mismos…no hay justificación histórica ni biológica para el mito de la belleza, sus efectos sobre la mujer de hoy son consecuencia de algo tan poco elevado como lo es la necesidad que tiene la estructura del poder, de la economía y de la cultura de montar una contraofensiva frente a las mujeres”.

Nancy Celáyez, pintora mendocina y especialista en género y diversidad con una diplomatura en la Universidad del Aconcagua, nos recuerda que para Pierre Bourdieu todos los cuerpos procuran seguir un canon, lo que implica “una violencia amortiguada, insensible, e invisible para sus propias víctimas, que se ejerce esencialmente a través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del conocimiento o, más exactamente, del desconocimiento”. Para el sociólogo francés, la fuerza simbólica es una forma de poder que se ejerce directamente sobre los cuerpos y como por arte de magia, por lo tanto no requiere coacción ni violencia física sobre la víctima, la aludida magia va a operar apoyada en unas disposiciones registradas por el sujeto, a la manera de unos resortes, en lo más profundo de los cuerpos.

Por su parte, el sociólogo chileno Bastián Olea Herrera sostiene que se ha instalado una tendencia dramática y creciente a la disminución en el tamaño corporal de las representaciones mediáticas de la figura femenina ideal, en las últimas décadas. En 1980, David Garner y Paul Garfinkel “realizaron un estudio empírico sobre los cambios históricos que ha visto la representación del cuerpo femenino en Estados Unidos, usando las medidas corporales de las modelos de Playboy y de participantes del concurso Miss América, junto a la cuantificación de artículos referidos a dietas en seis revistas populares para mujeres. Su conclusión fue la existencia de una tendencia cultural definida hacia un ideal corporal ligado a la delgadez femenina”. Mientras la representación de mujeres normativamente bellas se dirige hacia la delgadez extrema, el resto se exponen a paradigmas inalcanzables, de una delgadez imposible: sólo el 5% de las mujeres poseen el tipo de cuerpo requerido para ser una modelo. Las modelos de Playboy pesan consistentemente menos cada año, mientras que el peso promedio de las mujeres del mismo país va en alza.

Fueron las religiones monoteístas las que direccionaron esta tendencia, basándose en la gula como pecado, en el disciplinamiento y en la voluntad para mantenerlo a raya. Es inherente al catolicismo lastimar el propio cuerpo y sancionar a quienes no son capaces, según su criterio, de atenerse a la fuerza de voluntad. La corpulencia es un indicador de la excesiva debilidad moral del sujeto, bajo este modelo, lo que implica un descenso en la carnalidad, que es la contraposición del ascetismo. Desde su perspectiva, los cuerpos gordos serían corruptos y merecerían ser condenados.

El autocontrol y la castidad construirían personas alejadas de los excesos de consumo y placer y más cercanas a lo divino, de mayor superioridad ética. En la actualidad, la visita a los consultorios médicos para poder encajar en la norma imperante es una manera de expiar el pecado, intentando regular el consumo de alimentos que el mercado voraz oferta sin parar.

La belleza hoy equivale a delgadez y requiere de distintos grados de represión, pero vemos que no siempre fue así. Es difícil, aunque no imposible romper con esa norma. La historia enseña que el cambio, las fuerzas móviles, guían el devenir del ser humano. No hay fijeza sino variación. Las distintas representaciones simbólicas surgidas en el universo del arte dan cuenta de la pluralidad estética y de las fisionomías en nuestra especie. Los paradigmas de belleza son socialmente construidos y se pueden cambiar en procura de alojar a todos los cuerpos.

LH