Fiel a la sobriedad estilística y de composición de viñetas que han caracterizado los 139 capítulos que componen ‘Ataque a los titanes’, Hajime Isayama finalizaba el popular manga que lleva publicando desde 2009 con varios paneles en los que confía a elementos cuasi bíblicos el desenlace definitivo de su tremendista distopía.

Más de una década después del oneshot que el autor presentó en 2006 a Shueisha, su historia ha llegado a su fin, al menos entre las grapas, dejando tras de sí un efusivo legado que no ha tenido reparos en coquetear con el militarismo o el patriotismo conservador japonés.

La historia de Isayama, que se ha movido con facilidad del drama de supervivencia posapocalíptico al thriller político y bélico, es un caso particular (aunque no único) de entrada de públicos ajenos a la animación japonesa a un mundo aparentemente relegado a lo «otaku». En esta excusa más bien elitista, muchos han justificado su gusto por ‘Ataque a los titanes’ por su narrativa descarnada, su crueldad y su sobriedad, en la línea de otras exitosas producciones de aparente cariz serio y grave como ‘Death Note’ o la excelente (no tanto en su versión televisiva) ‘Tokyo Ghoul’.

Hay una serie de cuestiones que convierten a la obra de Isayama en una particular isla cuya transformación definitiva en fenómeno tiene muchas más trazas de las que podríamos imaginar.

De sus estrechos lazos con una ideología más bien conservadora a sus guiños al militarismo, su auge de publicación y venta en 2013, coincidiendo con la remilitarización japonesa, pasando por sus imbricadas relaciones con la fantasía distópica dedicada a público joven-aduto que ya anticipa el desencanto millennial y centennial, ‘Ataque a los titanes’ une factores tan diversos que abordar su importancia durante su más de diez años de historia se convierte en una tarea, como mínimo, amplia.

El manga, que se ha podido seguir a través de Crunchyroll y que tiene pendiente de publicación en España sus dos últimos volúmenes a través de Norma Editorial, sigue a la espera de sucesores con relevancia similar en franjas de público joven-adulto japonés.

No así ocurre con el anime, aún sin finalizar, que ha podido seguirse en simulcast (estreno simultáneo con Japón) gracias a Selecta Visión, y que muy probablemente ayudará a mantener el interés por la historia de Isayama, tendencia indiscutible cada domingo con la emisión de un nuevo capítulo, con el desenlace de la serie, previsto para 2022.

Levantando las murallas: El éxito tardío de ‘Ataque a los titanes’

Ataque a los titanes Capítulo 0 Ataque a los titanes Capítulo 0 Capítulo piloto de ‘Ataque a los titanes’

Corría el año 2006, y Hajime Isayama contaba con tan solo 19 años cuando dibujó en 65 páginas su particular distopía, que pasarían a convertirse en el capítulo 0 de ‘Ataque a los titanes’. Unas páginas que ya contenían las claves de lo que sería la serie posterior: lo grotesco como marca distintiva en la creación de sus monstruos, una suerte de kaijus zombificados, el gusto por la destrucción a través de una sobria puesta en panel, y una marcada obsesión por la representación agónica y extrema de la desesperación mediante un trazo tosco y casi bocetado -el joven autor aludía su trazo tembloroso a su falta de práctica- en consonancia con la gravedad dramática de la propuesta.

Las páginas planteaban una distopía en la que el final de la civilización dejaba destrucción y muerte, una pesimista visión que también marcaba la tonalidad de la obra posterior, pero que también atisbaba la resiliencia de los combatientes contra las amenazas del exterior y ciertos carices de la persecución entre seres humanos incluso en condiciones posapocalípticas. Isayama presentó estas 65 páginas piloto a Shueisha, empresa propietaria de la popular revista Weekly Shonen Jump, que pediría al autor un cambio de rumbo más cercano al tono de la revista que el joven mangaka nunca llegaría a realizar.

Así, Isayama presentaría al gran premio de Kodansha esta versión embrionaria de ‘Ataque a los titanes’, consiguiendo, primero, el galardón Fine Work, y, después, el visto bueno de la editorial que llevaría en septiembre de 2009 al inicio de la publicación mensual del manga en la revista Bessatsu Shonen Magazine, en la que se ha podido leer su historia hasta su desenlace 139 capítulos después.

A partir de entonces, partiendo de la premisa del capítulo 0, el autor construiría toda la mitología de un universo desesperante y con inclinaciones al tremendismo más pesimista desde la convencional vía de la narrativa nipona del héroe: Eren, un joven que lo ha perdido casi todo y con lagunas de su pasado no reparará en esfuerzos para vengarse de las criaturas que destruyeron todo lo que le importaba, sin dudar dudar en destruir los nuevos lazos que construye, bajo un severo y admirado régimen militar amurallado que combate a los titanes del exterior como telón de fondo.

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Ya en 2013, cuatro años después del inicio de su publicación, el manga consiguió auparse en la lista de más vendidos, consiguiendo el tercer puesto con casi 15 millones de copias en circulación según el ranking de Oricon; un auge de popularidad que resulta tentador ligar a la remilitarización japonesa, auspiciada por el primer ministro japonés, Shinzo Abe, después de más de medio siglo sin que el país nipón contara con ejército, pero que, muy probablemente, también tenga que ver con el inicio de la emisión del anime en 2013.

La historia, eso sí, no está exenta de controversias por cuestiones como la confesa admiración de Isayama por Akiyama Yoshifuru, militar japonés durante la guerra sinojaponesa y, según las redes, criminal durante la ocupación en China y Corea, en el que está inspirado Dot Pixis, uno de los generales de la milicia de ‘Ataque a los titanes’.

La épica como marca reconocible: el trabajo de Wit Studio con ‘Ataque a los titanes’

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El anuncio de la adaptación animada de ‘Ataque a los titanes’ se realizó en 2012, y quien fue responsable de trasladar el contenido de la viñeta a la pantalla fue el recién fundado Wit Studio, subsidiaria del holding IG Port creada por ejecutivos de PRODUCTION IG (encargada, entre otros, de obras como ‘Ghost in the Shell’, ‘Jin-Roh’, ‘Miss Hokusai’, ‘Jojo’s Bizarre Adventure’, ‘Haikyuu!!’ o ‘F.L.C.L.’). Con Tetsuro Araki, que ya dirigiera la adaptación televisiva de ‘Death Note’, a la cabeza, la apuesta parecía clara: este podía ser el anime de apariencia compleja que atrapara a sus espectadores y alucinara por su high concept a todo el que lo viera.

A ese respecto ayudaron varias decisiones estéticas más que acertadas por parte del estudio, comenzando por su atronador opening, que ensalzaba la épica de la historia y la admiración por lo militar, su disciplina y el sacrificio por el bien mayor (la supervivencia), fórmula repetida en las tres primeras temporadas de la serie. Estas entregas tuvieron títulos de crédito iniciales similares donde, bajo las épicas y descontroladas canciones de Linked Horizon, los protagonistas de la serie se abalanzan sobre los terroríficos titanes entre acordes grandilocuentes y un tutti instrumental y vocal de corte casi wagneriano.

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Pero quizá las más interesantes apuestas formales en el trabajo de Wit Studio, más allá de ensalzar su narrativa grandilocuente, fueron a la contra de las páginas que Isayama dibujaba: frente a su trazo duro, marcadísimos bordeados en los contornos de las figuras de la mano del diseñador de personajes Kyoji Asano; frente a paneles de acción de perfil menos espectacular, la apabullante y frenética recreación del uso de los equipos de maniobras por parte de la milicia; frente a lo grotesco de los titanes, el uso de celshading para oscurecer y hacer sus figuras más tenebrosas y macabras.

Por supuesto, la adaptación consiguió un reconocimiento más que merecido, y creó expectativas no solo entre fans (neófitos y lectores del manga), sino también en NHK, cadena de televisión que emite la serie, que tenía ante sí su nueva gallina de los huevos de oro. Todo esto mientras la compañía realizaba otras series como ‘Kabaneri of the Iron Fortress’, dirigida también por Tetsuro Araki, o ‘The Ancient Magus Bride’, y se enfrentaba a la exigencia de una segunda temporada de ‘Ataque a los titanes’ que no llegaría hasta 2017, aunque ésta fuese precedida por OVAs y películas recopilatorias de la serie.

Esta nueva entrega, mucho menos exhuberante aunque congruente con el calmado y explicativo arco argumental que adaptaba, contó con tan solo 12 capítulos, y apostó por utilizar animación 3D para los titanes más destacados como elemento diferenciador, efecto que otorgaba a las criaturas una apariencia incluso más artificial. Decisión que, muy probablemente, tuvo que ver con la presión por nuevos capítulos y por la necesidad de entregar material lo antes posible; exigencias que, por descontado, nunca tuvieron una equiparación económica al trabajo extra realizado por el estudio, como sucede en la industria del anime de forma mucho más habitual de lo que podría esperarse.

‘Ataque a los titanes: Temporada final’, ambigüedades y juegos de espejos con MAPPA

Aunque la tercera temporada, estrenada en dos partes emitidas, respectivamente, en 2018 y 2019, fue mucho más grata en efectos visuales y parecía retomar la espectacularidad de la primera entrega, los directivos decidieron que ésa sería la última tanda realizada por Wit Studio. Así se forjó el cambio de compañía para el desenlace de la serie, que correría a cargo de MAPPA, responsable de ‘Zankyo no Terror’, ‘Yuri!!! On Ice’ o la más reciente ‘Jujutsu Kaisen’, con la dirección a cargo de Yuihiro Hayashi (‘Dorohedoro’). La decisión, más allá de lo industrial, tenía sentido: tras la conclusión de su tercera entrega, el argumento de la serie pasaba por un salto temporal y acometía un cambio de registro hacia una perversa ambivalencia.

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Con ‘Ataque a los titanes: Temporada final’, MAPPA se enfrentaba a una difícil decisión: mantener la construcción visual del estudio precedente o adoptar el suyo propio. Finalmente, la consecución de una identidad propia primó en los intereses del estudio, que quedaron reflejados en sus créditos iniciales: para dar por superada la épica descarnada de Wit Studio, el opening de esta nueva temporada apostaría todo a la confusión y conjunción de elementos con preponderancia del blanco, el silueteado de las milicias y repentinas explosiones de colores en los que no hay presencia aparente de ninguno de los personajes de la serie.

Aunque la animación de MAPPA no parece ser excesivamente rompedora más allá del oscurecimiento de su paleta de colores y se ciñe fielmente a las viñetas de Isayama, llegando a trasladar paneles a escenas de forma casi idéntica, el dinamismo del manga se expande en la adaptación al movimiento. Así, el estudio ha cosechado interesantes resultados en el apartado estético, apostando por un 3D mucho más naturalizado que en pasajes interiores se hace pasar casi por rotoscopia y naturaliza el movimiento humano, sin las dinámicas animaciones de los equipos de maniobras pero con un mayor equilibrio entre lo íntimo y lo espectacular.

Esta apuesta va, además, en consonancia con el giro argumental de la serie, que ahora sitúa la problemática más allá de los grandes e informes enemigos, y que hace interesantes traslaciones de las motivaciones genocidas de su protagonista a personajes como Gabi. Todo al tiempo que se plantean peligrosas similitudes entre Marley y eldianos con los judíos de los guetos nazis, el control de habitantes en función de su ascendencia cultural o la culpa histórica de los pueblos.

‘Ataque a los titanes’: el principio del fin de un fenómeno global

Si bien Isayama parece procurar la equidistancia con el problemático tema que trata, las líneas que traza su obra con un asunto tan complejo como el Holocausto pecan de simplistas y maniqueas. Algo más cuestionable si tenemos en cuenta la ideología que desprenden sus imágenes y los subtextos que rodean la narrativa de ‘Ataque a los titanes’: la aparente admiración del mangaka a figuras controvertidas de la historia japonesa es problemática, pero también las líneas de admiración hacia la militarización y el seguimiento del orden y la disciplina en un país cada vez más escorado hacia el patriotismo en su peor versión.

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Hay, por descontado, problemas de lectura que Isayama sí plantea con astucia: la traslación de las motivaciones de su protagonista, convencido de que un genocidio a gran escala es su única opción de supervivencia, a un nuevo personaje, juega con la ambigüedad de esta problemática. Este reflejo replantea el arco inicial de Eren al dotar de perspectiva sus motivaciones: la de la destrucción de lo diferente, alabado por sus compañeros pero también por los fans de la serie, mismos que, en muchos casos, expresan su odio a Gabi, figura trazada en paralelo al protagonista y que advierte con vehemencia sobre los problemas del adoctrinamiento.

Quizá sea en su apasionada recepción donde ‘Ataque a los titanes’ encuentra algunos de sus puntos más brillantes: la apropiación memética de la serie plantea curiosos olvidos de su referente para hacer montajes tan hilarantes como el que convierte a Eren en protagonista de Hermano Mayor (obra de la fundamental cuenta @AnimeIberico). Y es que la obra ha conseguido datos mareantes con cada emisión: el hashtag #AOT (siglas de Attack on Titan) supera las 22 millones de visualizaciones en TikTok, cada episodios de su última temporada ha sido sin excepción tendencia en Twitter, el subreddit dedicado a la serie cuenta con más de medio millón de usuarios…

No cabe duda de que, a pesar de sus claroscuros y controversias ideológicas, ‘Ataque a los titanes’ se ha ganado por derecho propio el título de fenómeno. La movilización global que la serie ha conseguido hay que achacarla a su inteligencia narrativa, pero también a su capacidad para captar el zeitgeist de generaciones desencantadas que continúan en perpetua búsqueda de un porvenir prometido que nunca llega y que encuentra en el mensaje amargo de la serie un mantra universal: superar lo anterior sin importar el método como única forma de avance.