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Después, qué importa del después

Brad Mehldau ya había grabado un disco llamado After Bach hace seis años. Y en febrero de 2023 editó un álbum dedicado a temas de The Beatles (que incluía, también, una pieza de David Bowie). Ahora, acaba de publicarse After Bach II, y junto con él, Aprés Fauré, donde el fondo en el que se proyecta a sí mismo es la música de Gabriel Fauré, un compositor francés genial y habitualmente olvidado que vivió entre 1845 y 1924 –a caballo entre dos mundos, podría decirse– y que fundó mucho de lo que otros hicieron famoso.

Los materiales, en uno y otro, son distintos tanto por sus características intrínsecas como por su valor simbólico: Johann Sebastian Bach es un ícono y Fauré no. El primero fue abundantemente visitado por músicas de tradición popular, directa –Jacques Loussier, The Modern Jazz Quartet– o indirectamente –Dave Brubeck, Astor Piazzolla, The Beatles–. El segundo, más allá de alguna versión ocasional –su Pavana por el grupo inglés Brian Auger and the Trinity– es apenas una sombra –o un reverbero– en el paisaje armónico de Bill Evans o Herbie Hancock.

“Cuanto más intentas relacionarte con él, más visible se vuelve tu propia personalidad, inevitablemente”, escribe Mehldau en las notas internas para este segundo capítulo bachiano. “No estás interpretando a Bach; Bach te está interpretando a ti, en el sentido de que te deja al descubierto”. Hay allí una clave. No de cómo se piensa un disco de jazz sobre Bach –Mehldau no lo hace– sino de cómo un músico de jazz puede entender –y releer– a Bach- En su texto sobre Fauré lo llama “el revolucionario silencioso”  y, en algún sentido, la calificación también le cabe al alemán, a quien las historias tradicionales han pensado más como a alguien que cerró para siempre una estética más que como a alguien que no solo experimentó con la forma, con los géneros de su época, con las texturas y con la tímbrica sino que, indudablemente, abrió infinidad de caminos. Pero lo que une a ambos discos es ni más ni menos la manera en que Mehldau los habita. La forma en que sin tomar los rasgos más aparentes del jazz se conecta con su sustrato profundo, la idea de la creación como una relación permanente entre figura y fondo. “La elección más importante que haces en todo momento –escribe Mehldau en relación con Bach– no surge de una ausencia, sino de lo que está ahí, en su totalidad. Específicamente, es la elección constante que haces sobre cómo negociar entre armonía y melodía.”

La elección de la palabra “after” en el título es precisa porque juega con la imprecisión de la palabra: se trata del después pero, también, en música, del “a partir de” o “alrededor de” o “sobre”. La versión francesa adoptada para el disco basado en Fauré, en cambio, posiblemente se trate de un error. “Aprés”, en francés, carece de la multiplicidad de significados del inglés. Es “después”, a secas. Y si se quisiera sugerir alguna de las diversas implicancias contenidas en el otro título, debería decirse “d’aprés”. Pero, como dice el tango, qué importa del después.

After Bach incluye cuatro preludios y una fuga de El clave bien temperado y la Allemande de la Partita Nº 4, intercaladas con siete composiciones o improvisaciones de Mehldau inspiradas en Bach, incluyendo sus propias variaciones sobre el tema de las Variaciones Goldberg. En Aprés Fauré dialogan entre sí cuatro Nocturnos –algunos de la juventud, otros tardíos– y una reducción de un extracto del Adagio de su Cuarteto con piano Nº 2, del compositor francés, con cuatro piezas de Mehldau.  

“Me enteré que el primer volumen de After Bach incomprensiblemente, había desorientado a algunos oyentes que no sabían dónde terminaba Bach y dónde comenzaba yo”, escribe el pianista. “Por lo tanto, para clarificar, igual que en el disco precedente, hay aquí tres clases de piezas: música de Bach, una composición escrita por mí e improvisaciones.” En cuanto a Fauré, ese amigo de Saint-Saëns que fue maestro de Ravel y Nadia Boulanger e inspirador de Olivier Messiaen, Mehldau se inscribe, con convicción, en su campo armónico ­–que en rigor es el que el jazz tomó para sí– y es por allí por donde transita en sus cuatro composiciones propias. En uno y otro álbum, un curioso “ying” y “yang” que rinde sus frutos en la escucha conjunta, parte de lo interesante, más allá del exquisito manejo del instrumento, de los infinitos matices, de la variedad de ataques y del abanico de colores, es precisamente aquello que aparentemente habría desorientado a los oyentes del primer After Bach: la magnífica posibilidad de perderse a partir del bello vals que abre el disco sobre Bach (“Prelude to Prelude”) , de ser una especie de flaneur de la música y de jugar a no saber dónde terminan Bach o Fauré y en qué exacto momento aparece Mehldau.

Diego Fischerman es autor del blog “El sonido de los sueños”: https://xn--sonidodesueos-skb.com/