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Esa risa que nos humaniza

Citemos una vez más a François Rabelais, el genial escritor satírico del Renacimiento francés que llegó a recibirse de médico y ejerció como tal, pero antes fue un fraile franciscano que se pasó a los benedictinos y finalmente colgó los hábitos para seguir a sus anchas con una vida de estudio, escritura, viajes y algunos excesos.  En 1532, a los 36, dio a conocer con cierto suceso el primer libro de su saga sobre Pantagruel, que sería condenado al año siguiente por La Sorbona, tildándolo de obsceno y herético. Rabelais, imparable, publicó en 1535 Gargantúa, padre de Pantagruel. Ya lejos de los hábitos monacales, en 1546, fue el turno del Tercer Libro de la saga, dedicado a Margarita de Navarra, hermana del rey, y de nuevo fue censurado, incluso prohibido, circunstancia que lo llevó a buscar refugio en Roma, donde escribió el Cuarto Libro en 1548. De regreso en París, en 1549, FR se abocó al Quinto Libro del ciclo, cuyos 16 capítulos se publicaron en 1562, 9 años después de la muerte de este hombre de múltiples talentos, admirador de Erasmo, defensor de la tolerancia y la paz.

Considerada su obra un extraordinario fresco humorístico de la sociedad de su época, por momentos incurriendo de lleno en la parodia, Rabelais supo cebarse agudamente con la hipocresía, la estupidez, el dogmatismo religioso, la inconducta de los príncipes de la Iglesia, siempre con sorprendente habilidad para la invención verbal. Y aquí viene llegando la conocida cita, es decir, su advertencia al lector puesta en verso como prólogo de Gargantúa: “Mejor es de risas que de lágrimas escribir/ porque la risa es lo propio del hombre”. Si se lee su saga, aunque más no sea en parte, queda claro que Rabelais se refiere a la risa provocada por la comicidad que se logra al acentuar los aspectos ridículos, absurdos, insólitos, indignantes, patéticos de la realidad, subrayando la relatividad de las creencias, desacralizando. Exuberante, erudito, enigmático, Chateaubriand lo instaló entre los genios-madres de la humanidad, mientras que Victor Hugo lo llamó a FR “vorágine del espíritu por su enorme risa”. 

Remedio infalible

O sea, Rabelais no se refería en su aviso a la sonrisa social o a la de la alegría suscitada por una buena noticia, un reencuentro o alguna situación cercana a la felicidad. Mientras que las risas o risotadas causadas por el humorismo comprometen cuerpo y espíritu, desdramatizan momentos duros, ponen en jocosa evidencia el lado B de las cosas, resultan igualadoras y particularmente gratificantes cuando son compartidas en el teatro, en el cine. No es de sorprender que en los actuales tiempos complicados, mucho público pague caro en la calle Corrientes por ver fórmulas comerciales que prometen comicidad, o que un humorista como Roberto Moldavsky agote funciones con la amplitud de su visión satírica que no excluye ni la autoburla ni referencias al humor judío.

Como quiera que sea, la risa es saludable: alivia el estrés, refuerza el sistema inmunitario, mejora la circulación, combate el insomnio, oxigena el corazón, distrae de los dolores físicos… Al parecer, habría que reírse a diario entre 10 y 15 minutos, darse esa especie de masaje revitalizador, sobre todo si se trata de unas buenas carcajadas. Desde luego, la sonrisa de cortesía también tiene sus ventajas: ayuda a allanar conflictos, a suavizar enojos, hace más amable la vida de relación.

Aprendizaje y afinación

Pero resulta que, en primera instancia, la risa humana es un acto reflejo de simple y pura satisfacción: lo sabe bien la madre primeriza que amanta a su bebé y un día, de pronto, al concluir una sesión, descubre alborozada una leve y fugaz sonrisita en la curva de la boca de su criatura, se lo cuenta al pediatra y ahí se entera de que falta para que ese gestito sea algo más que un reflejo. Al pasar la barrera de los dos meses sí aparece lo que se denomina sonrisa social, que responde a las palabras mimosas, los ademanes, el sonido musical de un sonajero. Entonces, sí, bebé se ríe de oreja a oreja, con todo su cuerpo, agitando brazos y piernas. Y con el correr de los meses, en el primer año puede empezar a desarrollar el sentido del humor, a pescar la gracia de un chiste, entender si hay una contradicción, divertirse con cuentitos sobreactuados y payasadas al tiempo que enriquece su lenguaje y percibe el nonsense de una canción de María Elena Walsh… Es recomendable estimular esta tendencia, seguirles el juego, porque el sentido del humor es una habilidad aprendida que contribuye al desarrollo de la inteligencia.

Si bien la risa es un gesto, una forma de expresarse propia de los seres humanos (aunque no un atributo exclusivo, como pensaba Aristóteles, puesto que monos y ratas, por caso, responden a las cosquillas, y algunas especies de primates ríen de contentos), el sentido del humor tuvo que ver con la evolución cultural, con el surgimiento de las artes y con esa vuelta de tuerca que representa bromear, hacer un chiste que otro pueda decodificar y que, además, le dé risa. Ese sentido del humor que llevado a la literatura de distintos géneros ha dado obras maestras firmadas por Cervantes, Molière, Shakespeare, Oscar Wilde, Chesterton, Voltaire, Macedonio Fernández, Alfred Jarry…

Humores y humorismos, pluralidad y catarsis

La risa inteligente, pues, es propia del homo sapiens (homo, del latín: hombre; de cuando el varón era la medida de todas las cosas y a nadie se le ocurría hablar de mulier sapiens) que proviene de y quizás culmina la evolución de primates originarios de África que se diseminaron por todo el planeta, atravesando, entre otras etapas, la de los homínidos bípedos, cada vez menos peludos y con cerebros más voluminosos. Este homo sapiens -esta mulier sapiens- se distingue de sus ancestros por la complejidad de sus relaciones sociales, el lenguaje articulado, la creación de herramientas, el dominio del fuego, usar vestuario, domesticar animales y plantas. Y por la aptitud del sistema cognitivo para la abstracción, la espiritualidad, la realización de tareas artísticas. Así es que vamos llegando al sentido del humor, a la risa suscitada por la comicidad, la ridiculez, la burla, la exageración, la absurdidad… La risa catártica que puede tener distintos colores y sabores hasta volverse el siglo pasado negra como en Beckett, amarga hace más de tres siglos con Jonathan Swift y sus tremendas proposiciones para menguar el hambre y la superpoblación en Irlanda. Ya lo decía el celebrado Mark Twain: “La fuente secreta del humor no es la alegría sino la tristeza.  No hay humor en el Paraíso”.

Precisamente, el nombre de este sentido -¿el sexto?, ¿el séptimo?- deriva de los humores que circulan por el cuerpo humano, según la teoría de Hipócrates que asumieron filósofos y físicos posteriores, y que serían cuatro -bilis negra, bilis amarilla, flema y sangre- y estarían vinculados a los cuatros elementos dando origen a los cuatro temperamentos: melancólico, sanguíneo, flemático y colérico. Que a su vez inspiraron el perfil de personajes literarios y teatrales graciosos por la acentuación de los respectivos rasgos.

El poder y la gloria

Aunque considerado el humor largo tiempo un género menor en la literatura a la hora de los premios, en el cine de los grandes festivales -más prestigioso, en cambio, en la escena, la historieta-, tener el don de hacer reír al interpretar comedias en el teatro es algo muy valorado por actores y actrices que reconocen que dominar la risa del público es un poder superior al de hacer verter lágrimas en el más elevado melodrama. Sea cual fuere la tonalidad que se cultive -la mordacidad, la caricatura, la ironía, la paradoja- las/os comediantes adoran hacer estallar la carcajada, ver a la gente tronchada de risa en la platea, aunque se les estén diciendo las más terribles verdades respecto de la condición humana, la situación social, el funcionamiento de las instituciones. Porque la verdad es que el humor baja las defensas y se puede permitir las mayores transgresiones. Aunque tampoco es verdad que la comedia, el stand up, el sketch de la revista tengan carta blanca para reírse absolutamente de todo, en cualquier lugar o momento. Ciertos chistes sobre el Holocausto quizás solo pueda formular una persona judía, y hasta ahí; únicamente una mujer que ha sido abusada -si tiene suficientes agallas y ha tomado distancia- podría apelar al humor para referirse a esa traumática situación; y resulta muy difícil, por no decir imposible, imaginar a alguien que ha sido torturado ironizar sobre semejantes experiencia.

Por otra parte, vale remarcar que los gobiernos dictatoriales de todas las épocas no toleran que se los caricaturice o que sus comportamientos sean satirizados. Asimismo, hay que decir que viñetas humorísticas o la puesta en ridículo de determinados gobernantes han contribuido a que cayera, en este y en otros países. 

MS