A Nuria le preocupa que su hija de siete años coma bien. Entre trabajo, horarios imposibles, responsabilidades varias y conciliación por los pelos, procura darle vueltas a qué comprar cuando va al súper y a qué platos saludables puede hacer. Valentina empezó a notar que su hijo tenía algunos problemas y decidió consultar con una psicóloga. Ahora, el pequeño va un par de veces al mes a la consulta y ha mejorado. A Olga, los últimos cumpleaños de sus hijas le pillaron con mucho estrés en el trabajo, pero después de dos años de pandemia y de varias dificultades familiares, sabía que la ocasión merecía un esfuerzo extra. Durante días pensó en la celebración, miró ideas y decidió los detalles de unos cumpleaños que fueron un chute de alegría para sus hijas. Las tres añadieron estas tareas a las que ya suelen hacer: la coliflor hervida, los cupcakes de colores, las conversaciones con el hijo y la búsqueda de una buena psicóloga infantil se sumaron al río diario de cosas de las que estar pendientes y preocuparse. Las tres sintieron cómo su carga mental crecía al mismo ritmo que lo hacía su cansancio.
Las tres comparten, en principio, la crianza de sus hijos e hijas con sus parejas o exparejas. Ninguno de los tres hombres cumple con el estereotipo de padre ausente; son más bien padres implicados en los cuidados. Solo que algo falla: lo invisible. “El reparto de las tareas tangibles ha evolucionado más, aunque no es equitativo, pero en las tareas intangibles sigue habiendo una descompensación brutal. Todavía hay muchos hombres y familias que no tienen ni remota idea de todo lo que se está procesando a nivel invisible, de la cantidad de energía, tiempo y afectos que hay que invertir para que todas las necesidades y cuidados estén cubiertas. Se suma la inercia de que nosotras nos colocamos en ese lugar porque nos han situado ahí, esa es la senda que nos han enseñado, y la inconsciencia de la otra parte”, explica la psicóloga Violeta Alcocer. Son los cuidados que se dan por hecho, el trabajo naturalizado bajo la palabra ‘amor’. Debajo: un sistema que se sigue sosteniendo fundamentalmente sobre la disponibilidad, el tiempo, la salud y las vidas de las mujeres.
Porque ni los menús saludables, ni las fiestas divertidas, ni la preocupación por las amistades, ni vigilar los grupos de Whatsapp del colegio, ni atender las emociones o los cambios de ánimo de los hijos son tareas que se hagan solas. Hacerlas requiere tiempo y energía, y pasan a formar parte de la llamada ‘carga mental’, que en palabras de la ilustradora Emma Clit es “la preocupación que tenemos fundamentalmente las mujeres al gestionar el hogar, el estar pendientes de todo”. “Son ellas las que hacen el esfuerzo de preguntarse qué es lo que necesita la familia y la casa, cuándo y de qué manera se deben hacer las tareas domésticas”, definía Clit, autora de un exitoso cómic que visibilizaba esa carga mental: No me lo has pedido.
Según un estudio de Procter and Gamble en el que participó Alcocer y para el que entrevistaron a 2.400 personas, el 71% de las mujeres describían padecer carga mental, frente a un 12% de hombres. El 87% de mujeres siente que tienen que dejar instrucciones cuando se van de casa y el 72% afirma que sus parejas hombres colaboran, pero que siempre tienen que pedirles que lo hagan.
“Organizar los horarios, lo que tiene que haber en la mochila del niño… son tareas que asumen sobre todo las mujeres, es una tercera jornada. Lo vemos en las entrevistas que hacemos sobre la organización del trabajo, es algo muy arraigado. En parejas del mismo sexo, hay alguien que asume esa organizaciones de los cuidados más emocionales, cuidados que damos por hecho, no se ve la carga que suponen, están casi naturalizados. Y la socialización más relacional y emocional de las mujeres hace que sean ellas las que estén más pendientes de esos temas”, diagnostica el investigador experto en masculinidades y miembro del proyecto Men in Care Paco Abril. El sociólogo está convencido de que, conforme la implicación de los hombres en los cuidados aumente, la brecha en estas tareas más emocionales e invisibles se irá reduciendo.
Corresponsabilidad en todo el proceso
En un informe de 2018, la asociación Yo no renuncio del Club Malasmadres indagó sobre estas tareas. Diferenciaba entre trabajos visibles e invisibles. “Hay tareas difíciles de cuantificar porque cuesta decir cuánto tiempo has estado pensando en el menú saludable para la semana”, explica Maite Egoscozábal, la socióloga que lidera los estudios de Malasmadres. Por eso, diferenciaron entre tareas visibles e invisibles, pero también entre tareas físicas, mentales, previsibles o imprevisibles, simultáneas o no. Una de las conclusiones fue que las tareas en las que más hombres eran los responsables principales son aquellas “físicas, previsibles y no simultáneas”, que tienden a tener un inicio y un fin, “lo que supone una ejecución más concreta y con menor carga psicológica”.
“Las tareas imprevisibles, mentales y simultáneas son las menos reconocidas socialmente y las que más carga de trabajo suponen. Este tipo de tareas las asume la mujer principalmente, suponiendo una fuente de estrés importante, debido a las características de planificación y organización que éstas conllevan”, decía su informe ‘Somos equipo’. Egoscozóbal señala que no es lo mismo preparar la comida que pensar en qué comer durante la semana, llevar o recoger a los niños del colegio que estar pendiente de los requerimientos escolares y de los grupos de Whatsapp relacionados, acompañar a un familiar al médico que hacer el seguimiento de la salud e higiene de esa persona.
“No estamos entendiendo bien la corresponsabilidad, que se suele ver como una mera ejecución de una tarea. Pero qué hay detrás de una lista de la compra, por ejemplo. Queremos corresponsabilidad en todo el proceso. Necesitamos que estén presentes pero también que se hagan responsables”, apunta Egoscozóbal. La socióloga menciona otras tareas logísticas, como organizar los días no lectivos o las actividades de ocio, pensar en los campamentos o en los cumpleaños. “Tiene mucho que ver con las creencias y valores que aprendemos desde pequeñas”, añade.
Los secretos, a mamá
“Vemos mucho a madres angustiadas y a padres que no entienden lo que pasa o que no ven el problema”. Sonia Fuentes es psicóloga y responsable de los centros Crece Bien, especializados en educación emocional. En sus centros, siete de cada diez llamadas para solicitar atención psicológica infantil las hacen las madres. “La cosa está cambiando, pero las madres son más conscientes de lo emocional, acogen mejor las emociones de los hijos, ellas mismas las expresan más y eso hace que ellos tiendan a expresarles más a ellas lo que sienten”, dice Fuentes. Uno de sus ejercicios consiste en encargar a niñas y niños que pregunten a sus padres cuándo sienten tristeza, miedo… Los pequeños vuelven con las respuestas de sus madres, mientras que los padres suelen decirles que no lo saben o que no se siente esa emoción. “Si alguien te dice eso es normal que luego ellos no les expresen los miedos o emociones que tienen”. Eso alimenta la rueda y hace que sean las madres las que estén más pendientes del comportamiento y sentimientos de sus hijos y que se preocupen de todas las tareas que tienen que ver con ello.
La dinámica lleva a que las mujeres asuman tareas que podrían parecer inocuas o que incluso tienen un lado bonito y amable, pero que terminan siendo un elemento más en esa carga mental. Por ejemplo, ser las cómplices de los secretos. “Los niños tienden a contárselos más a las madres que a los padres. También cuando tienen un problema o han hecho algo que no debían. A veces le piden a la mamá que no se lo cuente al papá y eso es otra carga más para ella”, afirma Sonia Fuentes. La psicóloga recomienda que la familia trabaje como un equipo, también en el ámbito emocional, y que no sea la madre la que se quede con la responsabilidad de ayudar o con el peso de no poder compartirlo con el padre.
La pandemia fue un ejemplo paradigmático. “En nuestro último informe vimos cómo las madres habían sido el sostén emocional de los niños: gestionar rabietas, ver con quién están jugando, la educación emocional, saber si estaban tristes…”, dice Maite Egoscozábal. En su informe ‘Somos equipo’ descubrieron que en el 70% de los casos las mujeres son las responsables de estas tareas, mientras que en el 30% lo era la pareja en su conjunto.
Agotamiento y rabia
Las consecuencias para las mujeres pueden verse en forma de agotamiento, rabia y dolencias físicas o psicológicas. La psicóloga Violeta Alcocer explica esa carga deriva en tensiones musculares, procesos de fatiga, o inflamatorios, aparición y agravamiento de cuadros psicológicos, despistes o mal rendimiento. “En terapia de pareja una de las cosas que vemos muchísimo es esta desigualdad y esta carga mental. Nos encontramos mujeres con cuadros depresivos o de desmotivación, de falta de deseo sexual, y cuando exploras te das cuenta de que lo que le pasa es que está extenuada”.
“Hay mujeres que ya llegan agotadas a sus puestos de trabajo”, subraya Egoscozábal. Aunque en sus encuestas la mayoría de mujeres aseguran que son capaces de delegar, el 75% se muestra agotada por esa carga mental. La responsable de los Centros CreceBien, Sonia Fuentes, cuenta que si hay un reparto equilibrado de las tareas logísticas y emocionales, la carga mental disminuye.
“Lo que sucede con lo emocional es que si, debido a las dinámicas de las que hablamos, los niños por ejemplo solo trasladan esos asuntos a una persona, es esa persona la que tiene que gestionar toda esa tensión y en función de las herramientas que tenga puede preocuparse aún más”, dice Fuentes. Lidiar con las emociones ajenas implica lidiar de alguna manera con las propias y eso, dice, puede ser una fuente de estrés y ansiedad.
Que sean tareas tan asumidas y naturalizadas hace que las propias mujeres las reivindiquemos menos. “No decimos que hemos pasado tres horas y 25 minutos dándole vueltas a cómo hacemos para que nuestra hija se reconcilie con una amiga antes de su cumpleaños”, dice Violeta Alcocer. Hay argumentos que siguen justificando que seamos nosotras las que nos ocupemos de ellas, bien porque está en nuestro carácter preocuparnos por los demás, bien porque lo hacemos mejor o estamos más unidas a nuestros hijos. Violeta Alcocer concluye: “Cualquiera puede adquirir esas competencias”.
ARA