Si hay algo que echo cada vez más en falta cuando entro en una sala de cine es experimentar con mayor frecuencia una sensación de sorpresa real. Sentir cómo los ojos se abren como platos ante un detonante impactante, quedar clavado en la butaca tras un giro totalmente inesperado que te hace preguntarte qué será lo próximo, pasar de la estupefacción a la carcajada y, de esta, al llanto en pocos minutos… Una serie de estímulos que parecen tener cada vez menos cabida dentro de esas «grandes ligas» tan amigas de las fórmulas.

Aunque, haciendo cuentas, pueda parecer que los surcoreanos tengan la medalla de oro en la noble disciplina de descolocar y fascinar incluso al espectador más avezado —sus juegos con las estructuras, los cuartos actos y las transiciones entre primer y segundo acto que más bien parecen mid points son inimitables—, el cine nórdico posee una identidad y unas sensibilidades propias que aproximan su efecto al del país asiático sin hacer distinciones de géneros o estilos.

Omitiendo a sus grandes referentes clásicos y sólo ciñéndonos a los últimos años, la industria escandinava —extendiéndose más allá de la península— nos ha dejado biopics fascinantes como ‘Tom of Finland’ y dramas románticos inclasificables como ‘Dogs Don’t Wear Pants’ —ambas finlandesas—, thrillers criminales como la fantástica ‘Headhunters’ —de Noruega— o, por supuesto, la variopinta obra de cineastas daneses de renombre como Nicolas Winding Refn, Lars von Trier o Thomas Vinterberg.

El último ejemplo de la excepcional y única mirada nórdica también nos llega desde Dinamarca. Está dirigida por Anders Thomas Jensen, se titula ‘Jinetes de la justicia’ y es, simple y llanamente —y digo esto sin miedo a equivocarme— una de las mejores películas que pasarán por nuestras retinas este 2021, si no la mejor; un cóctel imposible de tonos y géneros capaz de vapulearte durante 116 minutos que, fácilmente, podrían haberse vistos reducidos al más absoluto absurdo en manos de otro responsable.

Caos ordenado

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Desde que da cierre a su crudo y magnético primer acto, ‘Jinetes de la justicia’ se esfuerza en subrayar en numerosas ocasiones que la estadística, los juegos numéricos con la probabilidad y la lógica matemática no son compatibles con los devenires de la vida. El propio largometraje parece servir como ejemplo tangible de esto, interconectando y cohesionando un conjunto de componentes a priori incompatibles que, cuando se funden en un todo, dan lugar a una maravilla contra todo pronóstico.

Sin ir más lejos, y dejando a un lado una estructura dramática ejemplar e impresvisible —la veteranía de Jensen como escritor es palpable—, la fusión de tonos, subgéneros y lecturas subyacentes roza lo demencial. Y es que el filme no titubea al virar súbitamente del drama paternofilial más descorazonador a una comedia salvaje, incómoda y negra como el carbón para, después, coquetear con el thriller salpimentado con una violencia seca y terriblemente contundente.

Esta maraña tonal sirve de lecho a un denso compendio de temas que abarca desde conceptos como la arbitrariedad de nuestra existencia, dominada por la teoría del caos, a materias más terrenales como el duelo tras una pérdida, el sentido de la venganza o el sentimiento de culpa; todos ellos profundos sobre el papel, pero tratados con una ligereza inesperada una vez se integran en la historia y sus dinámicas.

Hjj Hjj

Poniendo cara y ojos a este exquisito desaguisado tenemos a un surtido de personajes que, fuera de toda duda, se elevan como lo más brillante de una función ya de por sí impoluta. Es complicado no enamorarse plenamente de este grupo de protagonistas formado de parias reconvertidos en héroes; una colección de personas traumatizadas y antagónicas entre sí que generan una empatía instantánea gracias a la labor intachable del Jansen guionista.

Esta familia disfuncional sin vínculos sanguíneos deslumbra potenciada por un contraste entre lo grotesco y lo tremendamente humano. El autor danés moldea con mimo arcos y trasfondos para huir de la simple caricatura y dotar de alma a unos personajes inolvidables que, además, se trasladan a la pantalla a través de unas interpretaciones de primerísimo nivel; mención especial para un Mads Mikkelsen cuyo papel como Markus no tiene nada que envidiar a la exhibición de talento que desplegó en la celebrada ‘Otra ronda’.

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Del mismo modo, el trabajo de Anders Thomas Jensen y su equipo en lo que respecta a forma se revela espectacular debido a una máxima cada vez más olvidada en los tiempos que corren: el trabajo de cámara, la planificación, el montaje o la dirección de arte, por poner algunos ejemplos, son imperceptibles. Todas y cada una de las herramientas narrativas se camuflan entre la emoción más pura, orgánica y visceral, que se siente a flor de piel sin renunciar por un instante al entretenimiento más directo y extrañamente jaranero.

‘Jinetes de la justicia’ es una película inclasificable en la que su máximo responsable ha conseguido, de alguna manera, ordenar el caos absoluto y transformarlo en una sinfonía casi perfecta en la que todos y cada uno de los instrumentos cumple su función: la de emocionar y sumergir al patio de butacas en una espiral de fascinación malsana —y, por qué no, morbosa— que convierte la miseria humana en una línea directa hacia el corazón. De hecho, permitidme rectificar: ‘Jinetes de la justicia’ no es inclasificable; es una puñetera genialidad.