El nuevo y formal abrazo de Alberto Fernández con Hugo Moyano, en la sede del sindicato de mecánicos, generó algo de alivio en filas oficialistas, aunque nadie aseguraría que el conflicto está superado. La foto del saludo se produjo ayer, apenas 24 horas después de los violentos incidentes en la sede de la UTA, que trascendieron por mucho la pelea en el gremio de los colectiveros: fueron anotados –también en el circuito oficialista- como un episodio más del enojo del jefe de los camioneros por el rechazo a la incorporación de un hombre propio en el Ministerio de Transporte. Por supuesto, también fueron leídos como otra muestra de la nada suturada interna en la CGT.

Moyano se ocupó de dar el mensaje a su manera. Participó en el Smata del lanzamiento de un plan de muy largo plazo para la industria automotriz. Y allí se reencontró con el Presidente. Ya había insultado ante algunos micrófonos a quienes señalaron influencia directa suya en los brutales episodios de la UTA, aunque sugiriendo que el jefe del gremio, Roberto Fernández, debería renunciar. Con palabras más curiosas en esta disputa de ingredientes sindicales y políticos, Facundo Moyano había tuiteado que lo ocurrido en el edificio de los colectiveros era consecuencia de la falta de democracia sindical. Llamativo.

En cambio, la conducción de la CGT, que encabezan Héctor Daer y Carlos Acuña -y es sostenida por gordos, independientes y otros gremios- decidió sin demoras respaldar a Roberto Fernández y consideró formales y legítimas a las autoridades de la UTA. Hasta allí, los cruces de declaraciones. En el fondo y de manera visible, doble tensión: por ocupar la plaza como sector gremial alineado con el Presidente y por manejar la conducción cegetista, más allá de las promesas de unidad sindical que acompañaron la campaña de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner.

Postal de los destrozos del lunes en la sede de la UTA.
Postal de los destrozos del lunes en la sede de la UTA.

La relación con el poder político, pasado el ciclo macrista, tiene expresión diferente frente a la nueva gestión. La necesidad de contención social, en medio de medidas económicas que dibujan ajustes, es una necesidad del Gobierno que incluye pero trasciende los cargos. Eso estaría claro para la Casa Rosada, pero los equilibrios no son fáciles. Moyano suele ser expresivo en ese terreno, aunque la pelea en la UTA no sea una novedad pero sí un renovado mensaje.

Resulta claro que la mala y cada vez más deteriorada relación con Roberto Fernández no es un espasmo del camionero. En rigor, el líder de la ofensiva contra la conducción de los colectiveros viene tejiendo relaciones con Moyano desde hace tiempo. Se trata de Miguel Bustinduy, que empezó a asomar en la disputa doméstica más amplia del sindicalismo cuando el punto de referencia era, hacia afuera, el nivel de enfrentamiento con Mauricio Macri, y hacia adentro, el objetivo de destronar a Daer y Acuña una vez fracasada la etapa del triunvirato cegetista.

Bustinduy ganó cierta notoriedad, para los seguidores de los temas gremiales, después de haber roto con el jefe de la UTA –maneja la interna de una de las principales empresas del sector y tejió alianzas en algunas seccionales-, cuando adhirió con su grupo a las medidas de fuerza que impulsaban el moyanismo y otros dirigentes sindicales duros contra la gestión macrista. Frustrada la movida para competir en su gremio –vieja y repetida obra de estatutos y prácticas del sindicalismo peronista tradicional- se sumó al Frente Sindical impulsado por Moyano y aliados.

Pero a esas batallas con sello de la interna cegetista en el llano se agregó el componente de la carrera de campaña y el triunfo electoral del Frente de Todos. Curioso también: el entramado de la conducción de la CGT picó de entrada en el apoyo a Alberto Fernández y Moyano mostró respaldo más receloso, con puentes tendidos antes con Cristina Fernández de Kirchner, fruto de trabajosas negociaciones de otros jefes sindicales y algunos operadores políticos.

El “regreso” de este peronismo al poder todavía es traducido con imprecisiones en el mundo sindical. Y es allí donde se anota la otra parte sustancial de estas disputas. Moyano anduvo sin vueltas en la descalificación del ministro de Transporte, Mario Meoni. Y fueron notorios sus gestos: demandó un lugar de peso para Guillermo López de Punta, hombre propio en este terreno.

Hugo Moyano ayer en la sede del SMATA, con Oscar Parilli y algunos funcionarios
Hugo Moyano ayer en la sede del SMATA, con Oscar Parilli y algunos funcionarios
Al malestar por la falta de respuesta a sus mensajes, se sumaron los trascendidos sobre gestiones de Roberto Fernández para bloquear la llegada de algún moyanista a cargos de importancia en Transporte. Vista la sucesión de hechos, resulta difícil desenganchar esa pulseada de la violenta toma del edificio histórico de la UTA.

La relación entre el Presidente y Moyano está cruzada por gestos y prevenciones. También los vínculos con el kirchnerismo duro. Una semana antes de asumir, Alberto Fernández fue a la sede de la Federación de Camioneros para compartir un almuerzo con Moyano y una decena de dirigentes sindicales de su sector. Dicen en sus cercanías que fue un buen diálogo, pero que no habría espacio para concesiones del nivel reclamado por el sindicalista.

Las últimas declaraciones contra el ministro y las imágenes de los destrozos en la UTA seguramente achicaron los márgenes de negociación. Pero la historia no es dada por cerrada en ninguno de los dos ámbitos. Por lo pronto, Moyano estaría dispuesto a mantener abierto este frente. ¿De manera estruendosa o reservada? Dicen que habría que esperar pocos días para saberlo.