
A nadie de dejó de sorpender cuando en 1985 fue el nombre de Mijail Gorbhachov el que se oyó al fin de la reunión del Politburó que debía elegir al sucesor de Konstantin Chernenko. El candidato que había sido citado más veces como favorito (no había candidatas, nunca hubo) era Viktor Grischin, de 68 años. Otro exponenente de la gerontocracia comunista que durante medio siglo había gobernado desde el Kremlin a la Unión Soviética. Después de Leonid Brezhnev, muerto a 76 años en 1982, había gobernado Yuri Andropov, elegido a los 68 años, y después de solo dos años, Chernenko, elegido a los 73, había muerto el 10 de marzo de 1985. Esta vez, en cambio, el Partido había seguido la recomendación de Andropov, ex director de la KGB, antes de morir: “Elijan a un joven, elijan a Gorbachov, porque es el único que puede relanzar al país, poner en pie a la URSS, y hacer que el Partido, que se está quedando sin aire, recobre aliento para seguir avanzando con su misión mundial”.
Fue así que el 11 de marzo de 1985, a los 53 años de su edad, Mijail Sergueievich Gorbachov, que sólo desde hacía poco tiempo era miembro efectivo del Polituburó, el órgano de gobierno supremo de la URSS, estaba sentado en el sillón del Gen Sek, el Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética. Era la coronación de una larga carrera, aunque por fuerza más breve que la de sus más provectos rivales, iniciada en su juventud junto a Crimea, el territorio peninsular en el Mar Negro que hoy disputan a Rusia los ejércitos de Ucrania.
Todo invita a creer que, como cada día de su vida, Vladimir Putin llorará más la muerte de la Unión Soviética que la de Mijail Gorbachov, aquel jerarca soviético que llevó a su caída y disolución en 1991.
El joven Mijail, nacido en 1931, había vivido el ‘deshielo’ de la era post-estaliniana. Había vivido la época de Nikita Kruschov, ucraniano, que tantas esperanzas había suscitado en los cuadros más dinámicos del Partido Comunista. También había sido en Crimea donde había nacido, junto a su carrera, su fortuna política. A las playas sobre el Mar Negro había acompañado de vacaciones, como Secretario del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) para la región, al poderoso jefe de la KGB, Andropov, que lo había colocado bajo su protección.
Ya el solo aspecto de Mijail Gorbachov fue una revolución. El hecho de que aparecía en público con su esposa Raissa, que quisiera recorrer la URSS, y hablar sin vallas con la gente, todo esto lucía como un nuevo deshielo. Él explicaba que el país necesitaba una aceleración para recuperar el terreno perdido en relación con Occidente.
La situación soviética, como no se le escapaba a nadie en la KGB, y mucho menos a Andropov, il capo di tutti i capi del espionaje soviético, era desastrosa. Al estancamiento econónomico de la era Brezhnev había seguido, en la segunda mitad de la década de 1970 el relanzamiento de la carrera armamentística. Ronald Reagan le había dado un golpe fatal con su programa de Star Wars, que había hecho nacer el pánico entre los altos cargos de las FFAA soviéticas. Y había devorado recursos, tratando de encontrar una respuesta, que eran sistemáticamente sustraídos a la construcción de infraestructura para enfrentar la recuperación económica.
La URRS fracasaba en la producción de bienes de consumo de calidad aceptable para una población que cada vez demandaba más, y era más intolerante sobre su baja calidad. Los gastos militares eran elevadísimos, casi lunáticos en proporción al resto del presupuesto. La aventura intervencionista militar en el ‘Vietnam ruso“, Afganistán, donde las tropas del Ejército Rojo habían entrado para salvar al Comunismo del ‘avance capitalista’, desangraba a la URSS de recursos, hombres, y moral. A los incentivos a la productividad, en el programa de aceleración industrial soviético, siguió el programa de vincular el trabajo al salario, poniendo fin a un punto clave del ideario fundacional de la Revolución Bolchevique de 1917, el igualitarismo.
Fue entonces que llegaron la Perestroika y la Glasnost de Gorbachov. La primera, reestructuración del sistema económico soviético con la introducción de poderosísimos elementos de mercado. La segunda, el principio liberal de transparencia, de publicidad de los actos de gobierno, con la cual Gorbachov buscaba el concenso.
De la mano de todo lo anterior marchó la trasformación política. Ya no más viejos conservadores en los puestos clave, en el gobierno y en el Partido. El georgiano Eduard Shevardnadze tomaba a su cargo el Ministerio de Relaciones Exteriores, y reemplazaba al gris Andrei Gromiko, sobreviviente de los tiempos de Stalin. El físico disidente Andrei Sajárov volvía a Moscú del exilio interno. En el Congreso del PCUS por primera vez había una corriente interna, y esa corriente interna nueva era una plataforma democrática. Y finalmente Gorbachov no tuvo miedo en enfrentar el gran tabú soviético que era, y es, el gran tótem occidental, las elecciones libres. En 1990 llegó la histrica abolición del artículo 6 de la Constitución Soviética, que establecía el rol guía del Partido Comunista para la la Unión.
La primera en creeer en él fue Margaret Thathcher: «We can do business together». Pero después siguieron los tratados de limitación de pruebas nucleares y de misiles intercontinentales, con Reagan, y con George H. Bush, el padre de W.
El resto de la historia es el mejor conocido en Occidente. El Gensek tratando de convencer a Occidente que frenara la carrera armamentista. La primera en creeer en él fue Margaret Thathcher: “We can do business together”. En su primer encuentro con Reagan, en Ginebra, el presidente republicano se mostró receloso. Pero después siguieron los tratados de limitación de pruebas nucleares y de misiles intercontinentales, con Reagan, y con George H. Bush, el padre de W. Cayó en 1989 el Muro de Berlín, y de Alemania Popular a Bulgaria, de Hungría a Polonia, los países de Europa Oriental, gobernados por el Comunismo, llamaron a elecciones.
La URSS podía ahora dedicar sus recursos a mejorar la suerte de sus conciudadanos. Acaso. Pero, acaso también, ya era demasiado tarde. En 1991 llegó la disolución de la URSS. Se fundó la Federación Rusa, y de la los países bálticos al Asia Central, del Cáucaso a Ucrania, ex repúblicas socialistas soviéticas buscaron y consiguieron la independencia.
Gorbachov salió del gobierno, para no regresar a él nunca más. Sufrió el mayor golpe personal con la muerte de la amada Raissa en 1999.
Con Vladimir Putin, Gorbachov fue revalorizado como figura del pasado. Por primera vez, volvía a ser alguien más que el viejito que iba a un local cerca de la Plaza Roja a comer una muzza con la nietita en una publicidad de Pizza Hut. El presidente ruso, incluso, le daba a su antecesor soviético un rol de representación internacional en varias misiones.
Cuando Vladimir Vladimirovich dio un giro autoritario, Mijail Sergueievich tomó distancia del Kremlin. Muchas veces criticó las decisiones de Putin. Junto con el oligarca Aleksandr Lebedev, Gorbachov llegó a ser uno de los propietarios del diario opositor Novaya Gazeta, para el cual trabajaba Anna Politkovskaya, la periodista de investigación asesinada.
En marzo de 2021, cuando Gorbachov cumplió 90 años, el portavoz del Kremlin, en diálogo con el periodismo, dijo simplemente que el actual gobierno ruso considera a Gorbachov “con gran respeto”, porque es una fundamental “parte de la Historia”. A pesar de las proficuas condolencias expresadas este miércoles, todo invita a pensar en que, como en cada día de su vida y su gobierno, Vladimir Putin llorará más la muerte de la URSS que la de aquel jerarca soviético que llevó a su caída y disolución.
AGB