De mínima, sin teorías febriles, Máximo Kirchner cometió un error y quedó como padre y dueño de la derrota. Una derrota que, con las horas, se sospechó inevitable -incluso obvia- pero que, como reza el filósofo (*) político José María «Tati» Vernet, no es grave per se (aunque en este caso tendrá un efecto tóxico sobre la trabajosa negociación con el FMI), sino por la «cara de boludo que te queda».
Si, como transmite el diputado, no tuvo la intención de «pudrir» el acuerdo que se había logrado con la oposición para enviar el proyecto de Presupuesto «a comisión» y volver a tratarlo la semana que viene, Máximo demostró impericia o cayó, ingenuamente, en una trampa: su discurso, que no fue más virulento que otros tantos, le ofreció el atajo perfecto a JxC para dinamitar la postergación.
«No fue violento y la enumeración de algunos dirigentes, como Vidal, Monzó, Cobos o Frigerio, fue porque esos dirigentes tuvieron tareas de gestión y saben lo importante de un presupuesto. Para que sean responsables», se explicaron, heridos, desde la intimidad maximista donde juran, en esa religión pagana que es el peronismo K, que no juró a romper todo. Con el recelo acumulado por el diputado, con sus constantes observaciones sobre el FMI y las posiciones de Cristina, es fácil tentarse con interpretar que se trató de una jugada para prender fuego la primera pieza: sin presupuesto ¿qué chances hay de que la oposición valide el plan plurianual o apruebe un eventual pacto con el FMI?
Minorías
La dimensión del error -si se acepta la versión del diputado- acarrea una gravedad adicional. Nadie es infalible pero, como aporta un dirigente que se involucró en la negociación, Máximo parece no entender que está en minoría o no supo o no pudo administrar el enojo sin analizar que una reacción suya, en la situación de debilidad del FdT, podía tener una consecuencia tóxica. Y así fue.
«No sabemos si fue una torpeza o quiso romper todo. Sea como sea, pone en duda si puede hacer lo que hace un presidente de un bloque oficialista en minoría», escarbó una fuente del FdT que transmitió un clima general respecto a la incomprensión de lo que hizo Máximo. Fuera de la interpretación maliciosa de obturar un acuerdo, la reacción del diputado se lee como parte de una secuencia accidentada: del forcejeo con Sergio Berni, desencuentros con Axel Kicillof, tensiones con Alberto Fernández y gestos de incomodidad pública.
El affaire del Congreso, intencional o no, ocurrió 24 horas antes de que el diputado jure como jefe del PJ bonaerense, un movimiento expansivo que ejecuta Máximo, un intento de cambio de piel, su descamporización. Algunos que entornan al hijo de la vice invitan a estar atentos al tono de su discurso de jura de este sábado en la quinta de San Vicente.
En otros circuitos, se mira otra frase del diputado. El jueves al atardecer en una charla cerrada, habló de «volver a militar a la calle», comentario que luego repitió en una entrevista con el canal C5N, donde habló de militar «desde una unidad básica, un barrio o la calle». ¿Amagó, Máximo, con dejar la presidencia del bloque? ¿Es su forma de expresar la incomodidad con un cargo de alta exposición donde debe defender medidas con las que, admite, tiene diferencias?
A su lado, rechazan cualquier interpretación en esa línea. «No hay subtexto en la frase», dicen y niegan que pueda cambiar el rol del diputado en la Cámara. Esa sola amenaza es un espanto para el dispositivo de los Fernández. ¿Podría resistir el frente que Máximo deje de ser el presidente del bloque del FdT? «Todo pasa», se podrá invocar a Julio Grondona, como pasó la renuncia de Eduardo «Wado» De Pedro y la carta de Cristina.
Máximo no es, por citar un caso emblemático y cercano, Miguel Pichetto, que ejerció durante dos décadas la jefatura del bloque de senadores, tiempo durante el que defendió con convicción y sangre proyectos y leyes con las que tenía diferencias de fondo. Máximo no quiere o no sabe hacer eso. El sistema coalicional del FdT, frágil por donde se lo mire, suma ahí una debilidad extra que puede agravarse en la doble minoría del Congreso. «Máximo no encuentra su lugar», dice un dirigente que asegura que lo quiere.
En otras ocasiones, Máximo cedió el cierre del FdT a diputados como Itai Hagman. Para esta sesión estaba agendado que la palabra final la tendría Victoria Tolosa Paz, lo que de por si hubiese sido curioso porque implicaba poner a una «albertista» a defender el proyecto oficial, una manera de oficializar. Al final, eso no ocurrió: Kirchner pidió la palabra para responder luego de que, según le reprochó a Sergio Massa, en varias ocasiones intentó intervenir para apurar la votación del pase a comisión pero el tigrense no le hizo caso.
Máximo masticó, con las horas, otro argumento. Dijo que si se pasaba el proyecto para la semana próxima, martes a las 19 horas, era mandar al matadero a Martín Guzmán -que iría a la comisión el lunes- y dilatar un padecimiento que tendría, más tarde o más temprano, el mismo final: la oposición impondría su número para rechazar el presupuesto porque, hacía cuentas, no le faltaban 2 o 3 votos sino 9, una cifra que con el mapeo actual no es para nada fácil de lograr.
Al estupor inicial del oficialismo, que Alberto amortiguó en Olivos con numerosas reuniones y la rápida reacción de acelerar el DNU que prorroga el presupuesto, le siguió un movimiento para tratar de cerrar filas y recuperar la aparente convivencia que se logró desde la elección del 14-N en adelante. En La Cámpora apuntan, como autodefensa, que hace una semana le avisaron a Fernández que los votos no estaban pero que, a pesar de eso, se decidió avanzar.
PI
(*) Es una emulación al modo con que Carlos Pagni solía llamar a Luis Barrionuevo.