Inicio Nacionales y Mundo Lula, el tamaño de mi esperanza y el secretario de tu delirio

Lula, el tamaño de mi esperanza y el secretario de tu delirio

“Todos los corazones amigos de la gran fraternidad justicialista”. Era 1951, y Eva Perón usaba la radio para hablar desde la cama en que estaba postrada. Pedía que acompañaran a Juan Domingo Perón, que lo respaldaran. Era explícita en su mensaje peronista. E igualmente explícita en el destinatario: el auditorio para el que estaba pensado y escrito era el peronista. Era un mensaje sesgado, “por supuesto”, pero “estaba en su derecho”, comentó Susana Viau sesenta años después. Eva Perón no tenía cargo alguno ni aspiraba a ninguno: era nada más -y nada menos- que una de las cabezas del movimiento gobernante.

Cuando en 2022 Luiz Inácio Lula da Silva y la campaña hablan al electorado al que piden el voto para el último domingo de octubre que le aseguraría al candidato del Partido de los Trabajadores (PT) la reelección presidencial que casi gana en la primera vuelta del primer domingo del mes, también parecen estar hablabando a un uniiverso sólo de petistas.

Según una regularidad que acompañó a todas las figuras políticas brasileñas de primer orden en el último siglo, tanto más se destacaron y popularizaron cuanto más se despegaron y dejaron atrás a los partidos y formaciones y movimientos sociales que hicieron de ellos sus líderes. El lulismo es hoy más que el petismo, según se advierte tanto en los seis millones de votos más que su rival que Lula obtuvo en la primera vuelta presidencial, como en la victoria de Bolsonaro y la derecha en todas y cada una de las restantes votaciones del 2 de octubre.

Todo lo cual lleva a preguntarse qué gravitación ejercieron sobre el electorado las argumentaciones ético-políticas cuyo despliegue fue la sustancia del discurso y la militancia de Lula desde que fue liberado de inicua prisión y exonerado de culpa y cargo por la Justicia. Y a temer que la única respuesta sin deshonestidad o autoengaño sea que ninguna. A pensar que Lula habría ganado la primera vuelta presidencial sin la campaña que pedía el voto para el PT, y que la derecha habría ganado todo cuanto ganó –todo el resto que se podía ganar- sin la compaña que pedía un voto contra Lula.

El rédito disuasorio de las lecciones dictadas a un electorado ya corrido hacia la derecha acerca de los riesgos de las derivas antidemocráticas y golpistas que sobrevendrían si ese electorado persistía votando a la derecha fue poco más que imperceptible. Ni quien se declaró primogénito dilecto y concesionario exclusivo de la Democracia fue identificado con el Bien, ni a quien Universidades, Justicia, Empresarios, Cantantes, Artistas, PT y provectos ex Socialdemócratas llamaron Antidemocracia fue identificado con el Mal.

Acerca de que la supersticiosa ética del elector no existe

Para no ver menguado el monto de sus votos ya contados, para asegurar la asistencia electoral el decisivo 30 de octubre (el 2 de octubre el ausentismo marcó un récord histórico en la democracia brasileña) y aun para ilusionarse con ver acrecido su caudal, hay un sólo camino, o sólo uno parecen ver con los mejores ojos las campañas rivales de cara al balotaje presidencial brasileño. Movilizar la asistencia de quienes no votaron en primera vuelta, o reconfirmar la de quienes sí votaron pero pudieran sentir debilitado el resorte para saltar e ir a votar también en la segunda: si esto se busca, hay primero lograr que se vea cuán repudiable es nuestro adversario, para que vengan a votarnos para librarse de él. Cada campaña confía en una -literal, irreversible- demonización del contrincante (Lula, Bolsonaro) y lo que este representa como más redituable vía para retener o ganar la intención de voto negativo, y para estimular una votación materialmente efectiva en el balotaje del último domingo de octubre.

Todo vale en el propulsar hacia arriba el odio, el asco, el aborrecimiento, el desprecio, la indignación, la intolerancia por Lula o Bolsonaro. Cada bando ya está convencido de que el contrario estima abyectos los liderazgos del propio. Hay que convencer al electorado de que son mucho más abyectos. No perdemos nada si se detecta que esto o aquello que dijimos es mentira. Lo que sigue siendo cierto es que Lula o Bolsonaro o son demonios o son endemoniados. Tampoco hace falta ningún maquillaje personal, prueba de que somos hijos de Dios. Lo que hay que hacer entender es que el rival es Satanás, o su hijo bastardo, o más probablemente un satanista, un falso cristiano que no practica otro culto que el cruel, subterráneo y nocturno que obscenamente le rinde al Príncipe de las Tinieblas

A todos y todas y todes

Hay quienes a esta altura se alarman, y no entre quienes votarán por Bolsonaro, de que por detrás de la falta de voluntad o súbito o momentáneo desinterés de Lula y del PT de hablar más allá del petismo y aun del lulismo se esconde una incapacidad de hablar para todos. Incapacidad acaso crónica, como la que Susana Viau gustaba señalar en un kirchnerismo que nunca habría hablado para todos. Ni para todos los pobres, ni para todos los ricos, ni para todos los empresarios, ni para todos los trabajadores.

Todavía está a tiempo, Luiz Inácio Lula da Silva. No sólo en su tercera presidencia, que empezará el 1° de enero. En poco más de 24 horas, en poco menos de dos día. Cuando el domingo por la tarde, en los estudios de Radio Televisión Bandeirantes, en San Pablo, la capital económica del Brasil, sea su primer debate cara a cara y a solas, de cara a la segunda vuelta, con el actual presidente Jair Messias Bolsonaro, a quien en la primera vuelta venció, y frustró en su aspiración de ganar una reelección inmediata y consecutiva para la derecha brasileña.

AGB