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Mariposas de carnaval

Tenía 10 años (por qué la infancia se cristaliza a los 10 años, tal vez tenía 7 o 9) y me llevaron al corso de Avenida de Mayo. El corso era eso: mirar el desfile de disfraces. Un hombre disfrazado de mujer pasó frente a mí, me miró y me dijo: fea. Me sentí mal. También fui a un corso en una isla del Delta, en el Tigre, y vi maravillada hombres disfrazados de mujer, tacos, brillos, escotes, rellenos, caras maquilladas, pestañas postizas con brillantina, colores,  piernas al aire. Me fascinaba verlos. La escena se repitió en Punta Lara, donde veraneábamos con mis abuelos. De día, el carnaval urbano, en cambio, en Buenos Aires ciudad, era guerra de bombitas de agua y de espuma y chicos que nos tiraban baldazos de agua a las chicas. Todo eso dolía. Como me había dolido el fea del corso de Avenida de Mayo. 

Entonces, claro, no había leído a Mijaíl Bajtín (1895-1975), el teórico, filósofo y crítico literario ruso (hoy diríamos: escritor) que, en su libro  La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento: El contexto de François Rabelais, se refirió al carnaval como el espacio en que todo se invierte (podríamos decir: se transvierte), las clases sociales se parodian y se borran las fronteras; ese espacio y tiempo de libertad. Fugaz, como la vida de una mariposa. 

Para Bajtín, la vida del carnaval replicaba, en clave humorística, la cultura oficial. Al hacerlo, trastornaba la ideología estatal y liberaba a la gente, así fuera sólo transitoriamente, de un sistema represor y de las prácticas culturales de élite.

No sabía yo, tampoco entonces, que muchos gays y travestis aprovechaban esos días para liberarse, para mostrarse como eran, como querían ser. El carnaval era la condición de posibilidad de una sexualidad, una identidad de género, reprimida en la vida diaria. El momento en que las puertas del closet se abrían con permiso y la mariposa agusanada en su capullo de seda soltaba las alas. En cambio, no sé si para la descripción de Bajtin aplicaba a las lesbianas. 

No sabía nada de eso, ni siquiera conocía la palabra travesti ni trans. Mucho menos podía saber que el artículo para esas mujeres y esos hombres que el resto del año volvían a sus escondites podía ser variable: ellas, ellos, elles. Nada de eso se nombraba, entonces, no existía, salvo en carnaval. Esos días en los que las mariposas desplegaban sus alas y se largaban, fugaces, a volar.  

GS