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Para Lula que lo mira por tevé

Brasil es un país tropical donde hay más televisores que heladeras. El voto es cantado, si hay que elegir entre la mesa y la cama, entre bebidas frías y novelas calientes, entre la puerta cerrada todo el día y la pantalla encendida cada tarde. Encrucijadas así son la vida de los pobres; los muy pobres rara vez enfrentan la angustia de cuál escoger entre dos bienes. En octubre, Brasil elige presidente. De los dos únicos candidatos que pueden llegar a la disputa decisiva del balotaje, los sondeos de intención de voto han asignado, mes a mes, una consistente superioridad para el de la alianza encabezada por el izquierdista Partido de los Trabajadores (PT) y liderada y negociada por el expresidente Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva. Cada vez menos distante lo sigue su rival, el actual presidente derechista Jair Messias Bolsonaro, que busca un segundo mandato. Esta semana, antes del inicio formal de las campañas electorales oficiales, el Jornal Nacional de la red televisiva Globo, el informativo más visto del país, entrevistó, según un ritual mediático que en cada presidencial se reanuda, al presidente-candidato y al ex presidente-candidato. En rating, Bolsonaro aventajó a Lula.

Las elecciones presidenciales basileñas de octubre son angustiosas, porque el voto no está cantado. Elegir uno solo entre dos bienes puede ser doloroso. “Pare de sufrir’ es lema y axioma de las dos enérgicas campañas paralelas de cada uno de los dos aspirantes favoritos. Infatigables cuando se trata de ilustrar al electorado de Brasil, le transmiten la doctrina que hace fácil lo difícil, y evidente la decisión. En lenguaje simple, claro, exento de afectación, les explican que ellos son el Bien y su enemigo, el Mal. No hay dos bienes, ay, uno solo. Con estas palabras contundentes de la tradición cristiana, e invocando la bendición del Altísimo para el candidato de la Religión, la Patria, la Familia, y la Propiedad bien entendidas. Que si ellos triunfan, gobernará Dios, del que su coalición es concesionaria exclusiva; si triunfa el adversario, gobernará un Endemoniado.

Si lográramos hacer abstracción de la violenta repulsa que cada candidato despierta en sectores de las bases más duras de cada respectivo electorado contrapuesto, las campañas de Lula y Bolsonaro enfrentan una dificultad engorrosa, vergonzante: inconfesable. Todo aquello en lo que se parecen el ex capitán del Ejército y ex diputado del ex obrero y sindicalista dos veces sucesivas presidente.

Para citar semejanzas salientes, desordenadamente, y muy incompletamente, entre Lula y Bolsonaro. Los dos están a favor de los precios controlados de los hidrocarburos en el mercado interno, los dos están de acuerdo en que la política está por encima de la autonomía de Petrobras, los dos están de acuerdo en que la razón de mercado debe doblar la rodilla ante la razón de Estado, los dos están de acuerdon en que un año electoral no debe ser motivo para suspender o postergar el sostén y ampliación de los equivalentes de planes, programas, AUHs y EFEs, los dos están de acuerdo en repudiar como elitista la ideología de retener el dinero del auxilia a quien lo necesita en nombre de la pureza del sufragio, los dos están en contra del empresariado que no abastece la demanda de alimentos y productos de primera necesidad, los dos a favor del constructivo, los dos a favor de las iglesias evangélicas, los dos en contra del Diablo y los endemoniados, los dos están en contra de la corrupción, los dos hicieron arreglos para ganarse el favor del Congreso drenando del oo. Los dos sustentan su legitimidad en lo que le han conseguido para clases y sectores desfavorecidas, olvidadas o venidas a menos. Los están en el sistema, vivieron en él, no son outsiders políticos, anque la trayectoria de Bolsonaro sea sin partido y la de Lula la del confundador de un partido. Dentro del sistema, pero fuera de las élites sociales y culturales, ninguno tiene educación formal superior, son los dos primeros presidentes brasileños sin curriculum académico, intelectual, que los decore. Los dos se presentan como Mesías de los pobres en tiempos de necesidad (crisis financieras, crisis sanitaria), y como Salvadores del Brasil.

Se podría decir que todas y cada una de esas simllitudes son o aparentes (vistas de más cerca, desaparecen) o superficiales (vistas de más cerca, ocultan diferencias irreconciliables). Es posible, o probable. Pero las campañas precisan de contrastes nítidos a simple vista. No le sirven a Lula ni Derecha e Izquierda. Ni Ciencia e Ignorancia, como en el clímax de la pandemia. Los fallos del Supremo Tribunal Federal (STF) que establecieron la inocencia de Lula en los procesos y condenas a que los sometió el lawfare del Lava Jato, debilitan el clivaje tradicional de Bolsonaro, la corrupción, la moral decente. Ahí se quedó Bolsonaro.

De la dialéctica histórica al dialecto de la vida cotidiana

“La vieja escuela liberal, en los últimos treinta años, no ha sido capaz de resolver acertadamente uno solo de los problemas principales”. A las consignas del estallido social chileno de octubre de 2019, a las del PT cuando hacía campaña para vencer al liberal Fernando Henrique Cardoso (y venció al ‘falso’ socialdemócrata) esta frase se parece por esa afinidad físíca que surge del parentesco y es independiente de los rasgos. Es, sin embargo, muy anterior. Pertenece a “Consideraciones sobre la Revolución”, texto militante que en la revista Criterio, que él dirigía, publicó monseñor Gustavo Franceschi, después del derrocamiento el 4 de junio de 1943 del último mandatario de la fraudulenta Década Infame argentina. El intelectual católico de derecha, especialista en Literatura Francesa, se dirigía a las masas para persuadirlas de la índole “sustancialmente apolítica” del gobierno que encabezaba el triunfante general Pedro Pablo Ramírez. El militar católico, sugería el sacerdote, orientaba lo primordial de sus esfuerzos “a lo social y económico, al abaratamiento de la vida, a la defensa de la familia y a la purificación de las instituciones”.

Ni Lula ni Bolsonaro negarían que esa orientación es también la primordial para ellos. La diferencia está en que Bolsonaro elogia o añora, a veces, el golpe de Estado brasileño de 1964. El ex capitán dice que las FFAA son suyas, que él es su candidato, y que los militares intervendrían si hay fraude electoral o si lo anticipan por señales irrefutables como las que vieron los oficiales argentinos de 1943. Quienes para impedir un nuevo y seguro fraude en el escrutinio asumieron el gobierno del país por la vía de un Golpe de Estado. Lula denuncia el Golpismo y el militarismo nazi-trumpista de Bolsonaro, y se erige, con el apoyo de la Corte Suprema y del Supremo Tribunal Electoral, de las Universidades y de los Empresarios, en único baluarte del conjunto de fuerzas que se reúnen en un frente de la Democracia. De algún modo, la oposición entre Lula y Bolsonaro luce como la de las presidenciales de 1946 en la Argentina. En febrero de aquel año, la Unión Democrática antagonizaba con estridencia a un ex coronel, candidato de las FFAA del Golpe de tres años antes, y favorito de los sectores más pobres cuyo voto ahora eludía a esa izquierda cuya dedicación a ellos era su mayor derecho a reclamarse campeones morales. Ya tiene Bolsonaro su Braden en Bachelet. La ex presidenta socialista chilena, ahora funcionaria saliente de Naciones Unidas, dijo desde el Palacio de Vidrio de Nueva York que esperaba que Brasil votara por la Democracia. Ojalá, desde luego, esta vez.

AGB