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Por encima del tablero

A veces la esperanza simplemente cede.

El optimismo.

Y el cinismo gana la partida.

¿Cómo llegamos a esta situación de empobrecimiento?

Viene un chico norteamericano que vive en Berlín a investigar sobre una escritora argentina que traducía al yiddish y me deshago en halagos hacia esta ciudad, hacia este país.

Viene una amiga alemana que vive entre Hamburgo y Berlín y ni siquiera tengo que deshacerme en halagos porque ella no es la primera vez que viene sino que reincide, reincide y reincide, a ella ni siquiera la tengo que convencer. Algo de ella se queda acá cada vez que tiene que volver.

Un grupo de españoles viene a filmar un episodio sobre librerías independientes en Buenos Aires y en la falsa tertulia que armamos para la cámara el discurso que trasciende es antiimperialista y de presumir con aquello que sí tenemos acá.

Yo hablo de periferia y un editor dice que ni siquiera, porque la periferia se define desde el poder.

Probablemente lo que valore cada vez que halago es que aún, casi siempre, la gente por acá sigue teniendo en cuenta, viendo o sintiendo, que el otrx existe.

Y sin embargo.

Ahora que estamos ensayando una obra y nos vemos seguido, comentamos los temas del día. Dos de nosotrxs somos fanáticos de los policiales; todos de las cosas que pasan y de escuchar la radio también. Comentamos los hechos, nos compartimos videos después. La obra que estamos ensayando también está filtrada por esos sucesos y los sucesos se cuelan en esa ficción. El otro día veía a Esteban encarnando su personaje y no podía no pensar en la mujer a la que había escuchado a la mañana en la radio. Era la mujer del policía que fue a tomar el colectivo tristemente célebre que fue abordado por unos hombres que asaltaron, mataron, y huyeron a los tiros. El periodista que la entrevistaba quería la reconstrucción del hecho como si se tratara de un policial, o como si necesitara reconstruir el hecho para llegar a la verdad. La mujer, que hablaba muy articulada, imponía aquello de lo que ella tenía ganas de hablar, que era que este episodio no tenía nada de particular, y no se detenía en él, sino que describía el día a día del barrio, hablaba de la calle de tierra, decía que esos chicos robaban celulares a los vecinos para irse al fondo a comprar droga. No era una señora reaccionaria, era una señora que vivía ahí. Tampoco estigmatizaba a esos ladrones, explicaba la secuencia de acciones con absoluta claridad: el robo, el fondo, la droga, nada que nadie desconozca.

Entrevistaron también a uno de los colectiveros que le hizo de escudo humano a Berni cuando le volaban trompadas y cosas. Otro que habla desafectado y con la razón de su lado. Dice que no está de acuerdo con la violencia así, dice también que mientras escudaba a Berni lo acusaba de mentiroso. Dice que a Berni ya lo conocía. Que ya había estado con ellos cuando mataron a otro compañero. Que en aquel otro encuentro le concedieron una reunión a puerta cerrada, sin prensa ni cámaras, como había pedido el ministro. Y que en esa ocasión prometió todo tipo de cambios que así como terminó la reunión, cayeron en saco roto. Que por eso en esta ocasión, de su brazo, lo llamaba mentiroso. Y que esta vez aprovecharían la presencia de cámaras para que quedara asentado lo que había venido a prometerles. El hombre no se sulfura, el hombre lo llama mentiroso mientras lo protege de sus propios compañeros.

Del otro lado de la vereda de ese pragmatismo, el bufonismo de la investidura, de los investidos, que pasan por encima/omiten la instancia empatía para arrojarse de lleno a la metáfora: cómo este hecho beneficia a la oposición, que no es inocente, que es consecuencia, que está orquestado. Y desde la oposición: que qué horror que se los señale, que qué horror las políticas públicas del gobierno de turno, que qué horror la inseguridad, que hay que endurecer.

Justo este tipo de asuntos que se engloban bajo el término “seguridad” o “inseguridad” despiertan los ánimos más recalcitrantes.

Recurren mucho a los términos democracia, constitución, constitucionalidad.

Todxs parecen querer combatir el síntoma sin detenerse a preguntar qué lo causó.

Pero quería detenerme acá en este caso en particular, y porque viene sucediendo algo similar en los temas más variados, que los políticos se saltean por completo la dimensión humana y van directo a la dimensión de tablero, para discutir desde ahí. Con la dimensión tablero me refiero a ver toda la escena desde arriba, desde el punto de vista de la estrategia, de la estratagema, de la conveniencia: intentar evaluar el movimiento del otro, anticiparse al próximo, difamar, ganar la delantera, sin considerar nunca que esas fichas que mueven modifican la vida de otros tan concretamente, a diario, en sus cosas elementales, como qué comemos, cómo viajamos, si vamos a poder o no, pagar ese alquiler. Y si bien imagino que la dimensión del tablero debe ser necesaria en cierta medida, para poder planificar, si se pierde toda conexión empática, el tablero pasa a flotar en la abstracción.

Ellos, los que miran el tablero desde arriba y se azuzan entre sí y siempre en detrimento de la dimensión real de lo que en ese tablero se dirime, no pagan alquileres, no toman colectivos, no van a la verdulería. En algún momento casi todxs se desconectan de la dimensión humana y empiezan a ver conspiración en todxs lados, conspiración que probablemente sea parte de esa estratagema, parte de las reglas del juego de quienes penden sobre un tablero del cual lo humano es ya sólo un lejano recuerdo, un sonido, un reverberar.

RP