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Saul Goodman y Baruch Spinoza para la política económica

Durante el pasado mes de agosto, no fuimos pocos quienes permanecimos expectantes al estreno de los últimos capítulos de la serie Better Call Sau. Esa expectativa y atención, mutó ahora a cierto vacío u orfandad frente al final de lo que ha sido hasta ahora una de las mejores series de todos los tiempos. Esta precuela o spin-off de la célebre Breaking Bad se encuentra ambientada entre principios y mediados de la década de 2000, en Albuquerque (Nuevo México) y básicamente narra la historia de Jimmy McGill (interpretado por Bob Odenkirk), un estafador de poca monta devenido en abogado, que cambia su nombre a Saul Goodman como parte de una estrategia comercial, pero también como un intento de negación de su historia familiar. La serie comienza seis años antes de los eventos de Breaking Bad y muestra la transformación de McGill desde sus inicios como estafador hasta convertirse en el abogado y criminal Saul Goodman, uno de los personajes principales de Breaking Bad.

Más allá de su desarrollo estético o sus cualidades narrativas, que la destacan en su segmento de la industria del entretenimiento, esta muy bien lograda serie recurre con especial maestría a una fórmula ya distintiva en las series más exitosas de los últimos años. El recurso en cuestión consiste en que cada personaje es creado desde una lógica propia, construyendo un entramado dialéctico con la historia principal. De esta forma, cada subjetividad da cuenta de una consistencia propia, que se ve interpelada al ser atravesada por la trama principal y particularmente por la mirada inquisidora del espectador. Es decir, cada figura es construida de tal manera en que rápidamente el observador juzga y desarrolla algún tipo de conexión hacia el personaje, ya sea empatía, afecto, odio, compasión, desprecio, etc. Pero la particularidad consiste en que en la mayoría de los casos esas sensaciones contradictorias entre sí, se experimentan al mismo tiempo y respecto a un mismo personaje.

Este recurso que rompe con la trillada lógica del héroe contra el villano, puede observarse en muchas de las series más galardonadas de los últimos años, como The Sopranos, Mad Men, Breaking Bad y Peaky Blinders, entre otras. No es precisamente la figura del antihéroe a la que se recurre, sino una representación mucho más fidedigna de lo que suele ser la realidad, en la que nada puede reducirse a una lucha de buenos contra malos. El mundo real es mucho más complejo que eso, y es justamente a esa complejidad a la que apelan las narrativas de las series mencionadas.

El juego permanente en la alternancia de perspectivas subjetivas antagónicas exhorta a que el espectador cambie permanentemente sus juicios de valor, respecto a los hechos narrados, dependiendo de la mirada y experiencias de cada personaje. No existen buenos o malos de manera taxativa. Todos actúan condicionados por sus entornos, sus posibilidades y ante todo por sus intereses. Es decir, todo tiene un por qué.

En el marco del pensamiento filosófico este abordaje para la comprensión de lo real es conocido como determinismo, y su principal exponente fue el filósofo neerlandés de origen sefardí hispano-portugués, Baruch Spinoza (1632-1677). Sostenía que: “en el orden natural de las cosas nada se da de forma contingente; sino que todo está determinado por la necesidad de la naturaleza a existir y obrar de un cierto modo”. En donde: “el hombre está necesariamente sometido siempre a las pasiones y sigue el orden común de la Naturaleza y la obedece y se acomoda a ella cuanto lo exige la naturaleza de las cosas. La fuerza y el crecimiento de cualquier pasión y su perseverancia en existir no se definen por la potencia con que nos esforzamos por perseverar en existir, sino por la potencia de la causa externa comparada con la nuestra.” Frente a lo cual, además: “No existe nada de cuya naturaleza no siga algún efecto”.

Comprender mejor

Esta perspectiva propuesta por el determinismo filosófico, resulta de especial utilidad y pertinencia en el ámbito del debate político en general y económico en particular. En momentos donde nuestro país atraviesa un régimen de alta inflación y la presión cambiaria se mantiene permanentemente latente, la narrativa de los buenos contra los malos resulta absolutamente inconducente para entender el fenómeno. El abordaje determinista no implica resignación, ni pretende justificar el comportamiento de los diversos agentes, sino que procura comprender mejor las causas reales para poder de esa forma construir políticas públicas que logren superar de forma consistente los conflictos y contrariedades en cuestión.

En efecto, aquellos comúnmente denominados “especuladores” especulan por dos motivos; en primera instancia porque les conviene y en segundo lugar porque pueden. Las políticas para el desarrollo deben estar pensadas y diseñadas para canalizar en el mediano plazo esas posibilidades y esas conveniencias hacia la inversión, la investigación, la ciencia y la tecnología. El ámbito de la política económica no puede ser abordado desde un prisma maniqueista. Los agentes se comportan de acuerdo a las condiciones materiales de reproducción imperantes en su entorno. Así como ningún pibe nace chorro, tampoco ningún empresario nace “especulador” o reticente a invertir.

Los animals spirits que impulsan a los empresarios son los mismos en todas partes del mundo, no es la idiosincrasia la que determina la estructura productiva sino la estructura productiva la que determina la idiosincrasia. Es decir, son las condiciones materiales de reproducción las que determinan el comportamiento de los individuos. Todos los agentes económicos buscan vender sus mercancías al mayor precio posible incluyendo a los asalariados y su fuerza de trabajo. Después tendrá lugar por supuesto la disputa por la correlación de fuerzas, pero cualquier acción vinculada a la actividad económica implica de una manera u otra, determinada especulación. Montar un negocio, iniciar un emprendimiento, postularse a un puesto de trabajo, contratar personal o invertir en un desarrollo tecnológico, son actividades que indudablemente implican especulación.

Por tal motivo, es el marco normativo y productivo el que establece los incentivos y los límites para que el comportamiento de los agentes de una economía sea canalizado en tal o cual dirección. La historia económica muestra que no existe sociedad en la era capitalista que se haya desarrollado a partir de los mandatos del libre mercado. Por el contrario, ha sido siempre la regulación estatal y la planificación económica lo que permitió a las actuales potencias globales desarrollarse a través de la educación, la ciencia y la innovación productiva, a partir de la administración de incentivos, penalidades y expectativas.

Es precisamente en esa dirección en la que se deben canalizar los esfuerzos de gestión. Sin ridiculizar ni lamentar las acciones de los agentes económicos, sino buscando comprender sus causas para de esa forma actuar sobre ellas y así poder construir una sociedad más inclusiva y fundamentalmente más justa. No se trata de negar el conflicto, porque la política es ineludiblemente conflicto y contradicción, sino de evitar abordajes superficiales, ingenuos y especialmente maniqueístas, revalorizando como alternativa el ámbito de la discusión política y la gestión pública. 

Economista UBA