La fama, en los tiempos de las redes sociales, Internet y los influencers a la desesperada, cada vez dura menos. El arte, que antaño podía perdurar décadas, ahora es un producto de consumo efímero más. Vemos todos los días hasta qué punto pueden las personas prostituir su intimidad a cambio de fama y, por decirlo así, casito: es una cárcel del autoestima en la que todos vivimos encerrados. Y ‘Sick of myself’ es capaz de encapsular un sentimiento único del siglo XXI, entre filtros de Instagram y hacer todo lo que esté en nuestra mano por conseguir el éxito. Todo.
Toxicidad dentro, mala vibra dentro
Es curioso que que Julie se considerara a sí misma la peor persona del mundo en la película homónima, porque proveniente también de Noruega viene alguien dispuesta a combatir por el título. Solo que sin ser consciente de su propio laberinto emocional. Signe es una mujer que vive con su novio, un artista que utiliza solo material robado para sus obras, y solo quiere que alguien se fije en ella. De cualquier manera. Como sea. Y si no lo consigue inventándose enfermedades o dolencias, pues tendrá que crearlas artificialmente.
‘Sick of myself’ es una comedia negra como la noche que, además, aprovecha para reflexionar sobre el mundo de hoy en día gracias a una protagonista que debe ser el centro de atención eterno, aunque ello conlleve fingir alergias, enfermedades o contar increíbles historias que jamás ocurrieron: es fascinante cómo alguien con la brújula moral tan rota se nos puede hacer tan abrumadoramente cercano. Y es que todos conocemos a una Signe, eternamente metida en el bucle de los problemas, lo que Ojete Calor definió con precisión quirúrgica como «Ay, qué bien tan mal».
Pero, además, la cinta de Kristoffer Borgli se encuadra dentro de un cuidadoso estilo visual que detalla a la perfección un universo propio entre lo kitsch, la ostentación de la falsa clase alta y la bajada a los infiernos de la moda del siglo XXI, en el que estamos dispuestos a ver las miserias a nuestro alrededor… siempre que estas miserias no sean repulsivas a la vista. ‘Sick of myself’ sabe exactamente dónde pegar los puñetazos para que nadie se vaya de la sala sin sentirse aludido.
Medicamento sin receta
Esta no es una película para todo el mundo: si buscas cine social y realista, esto no es lo que estás buscando, más cercana a una parodia de la búsqueda de la atención constante por la que sobrevive un gran porcentaje de la población (¿Qué son las Stories de Instagram o los vídeos de TikTok sino un intento por capitalizar el foco y sentirse vistos durante unos segundos?). Es la caricatura de la caricatura, pero pintada con brocha fina y a la que no le importa hacer hincapié en los detalles para que sea más creíble.
Signe no te va a caer bien. No está pensada para ser la protagonista carismática y empática con la que ir de la mano durante 95 minutos. Es más: encapsula todos los males (y, en parte, anhelos) del mundo contemporáneo con una actitud absolutamente indecorosa y ausente de cualquier tipo de moralidad. Es narcisismo puro disfrazado de miseria. Tanto, que cuando llega el momento de sentir lástima por ella, se hace imposible.
Los segmentos ficticios que Signe imagina en su cabeza, al más puro estilo ‘Scrubs’ pero con un componente extra de desrealización, son la manera en la que la película trata de hacernos entender que ninguno de sus actos proceden de la maldad, sino de la necesidad de ser entendida incluso por su propio novio. Una pareja tan miserable como imposible en la que nada puede acabar bien. Desde el principio, los héroes de esta historia son sus propios villanos, que descubren demasiado tarde que los actos traen consecuencias y que quizá la fama no valía tanto la pena después de todo.
Mentirosa compulsiva
Siempre imaginamos las cosas mejor de lo que realmente son. Anticipamos las situaciones mucho más emocionantes de lo que serán en la vida real, por mucho que nos preparemos para ello, como bien mostraba Nathan Fielder en la increíble ‘Los ensayos’. Nuestra protagonista piensa una y otra vez en el momento en el que tenga que decirle la verdad a su amiga de tantas maneras diferentes que la realidad acaba por decepcionarla una vez más.
‘Sick of myself’ trata de convertir la ficción en realidad, llevar hasta la última instancia nuestra obsesión por las redes sociales y poner en tela de juicio tanto las iniciativas solidarias como los cánones de belleza más clásicos. Es una marmita tan desagradable y estridente de ver como acertada en su humor y en su comentario social. Fascinante, sí, pero demasiado exagerada para parte del público. Si eres de los que sale del cine buscando justificaciones a actitudes imposibles, esta no es tu película, más cercana al cartoon que a la realidad.
Sube un vídeo, haz una foto, tuitea, actualiza, postea, mira lo que hacen tus amigos, todos tienen más éxito que tú. ¿Cómo vas a ser relevante en este mundo que exige algo de ti todos los días? ¿Qué es lo último que has creado? ¿Cuándo vas a ser viral? ‘Sick of myself’ arremete contra esa vocecilla que la tecnología y las redes sociales han puesto dentro de nosotros, y demuestra el poder de las endorfinas, la autosugestión y las consecuencias de la fama efímera para las que todos creemos estar preparados (pero no es verdad). Una película excesiva, absurda, negra y básica para que en el futuro comprendan qué demonios nos pasó en esta década.