El dilema del festival de Sitges con ‘Glorious’, debut de la directora Rebekah McKendry, debe haber sido importante. Una película de presupuesto mínimo pero con gore, cuya premisa trata sobre un monstruo lovecraftiano encerrado en el glory hole de un cuarto de baño de mala muerte era material para las sesiones de medianoche, sin embargo, ha acabado dentro de la sección Panorama Fantàstic, porque en el fondo no es exactamente lo que parece.

Hay muertes y comedia de efectos especiales típicos de un midnight extreme, pero también muchos diálogos y monólogos, los propios en el ese tipo de películas en una única ubicación, cuyo viaje cósmico, sangriento y de humor negro recae en un solo hombre atrapado en un baño. Un concepto difícil para mantener la atención durante una hora y veinte minutos, lo que se consigue, más o menos, gracias a un guion escrito por Todd Rigney, Joshua Hull y David Ian McKendry.

Lovecraft, sexo sucio y secretos cósmicos

Por unos instantes ‘Glorious’ parece estar preparándonos para una parodia erótica de horror cósmico, hasta que se nos revela que el destino del universo depende de la acción ambientada el meadero de hombres de una gasolinera. Wes (Ryan Kwanten), quien extraña a la mujer de su vida en este momento, está quemando sus recuerdos bebiendo hasta caer borracho, y su resaca resultante le lleva a un baño con un agujero oscuro en el que hay dibujado un monstruo y una voz del otro lado que sabe mucho sobre su vida.

Esto da inicio a una sesión de conversaciones entre Wes y Ghat (J.K. Simmons), ya que el primero está encerrado en el baño y se da cuenta de que el universo requiere un favor suyo, creándose un paralelismo entre los misterios del pasado de Wes y su dilema actual, con lo que sea que este extraño quiere de él. Lo que comienza como una conversación amistosa pero incómoda entre extraños se transforma en una oscura búsqueda existencial en donde la película da rienda suelta a su humor negro, intensificando el horror lovecraftiano sobre la conversación.

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Si funciona en algún momento es gracias a sus actores principales, principalmente a Simmons, a quien nunca vemos (solo a Ghatanothoa), y cuya interpretación serena compone una criatura que puede ser seductora y comprensiva, pero que nunca cede su autoridad, en sus momentos de enfado, resultando totalmente creíble como lo que dice ser su personaje. No hay muchas escenas en las que interactúen más de dos o tres personas y uno de ellos siempre es una voz incorpórea que no se mueve de su puesto.

Una buena idea que se queda en eso

Ryan Kwanten sigue siendo tan divertido como en ‘True Blood’ y a nivel de narración visual, su trabajo e esencial para que todo se mueva constantemente, la pareja hace un toma y daca interesante y las diferencias entre sus historias se sienten cada vez menos forzadas, como si comenzaran a llegar de forma fluida hacia las mismas conclusiones hacia el final, como si hubiéramos estado asistiendo a la representación de una obra de Samuel Beckett pasada por el filtro del cine de Stuart Gordon.

El problema es que nunca llega a ser tan divertida como promete. Sacar adelante una idea tan loca parece ser suficiente y McKendry camina admirablemente por la cuerda floja dejando que el entorno del baño no se haga monótono y sus artistas de VFX logran ejecutar con soltura monstruos y sangre que al final son la estrella de la función, y al final ese acaba siendo el principal problema. Su espíritu de ‘Re-Sonator’ no acaba de cuajar con su tono de pieza de cámara y los diálogos no son tan brillantes como los actores que los emiten.

Glorious Glorious

‘Glorious’ es agradable y logra incluir un misterio interesante sobre el protagonista en una trama absurda, y esto de alguna manera es un éxito, aunque Frank Henenlotter ya había hecho algo parecido con mucha más actitud y diversión sin complejos. El problema es que más que emocionar y sorprender por cómo sacan su idea adelante, deja la sensación constante de que se buscan constantemente vías para que funcione y poder rellenar la idea para justificar que realmente daba para una película que parece que entienden como un ejercicio académico, más que estar plenamente convencidos de que realmente tenían algo interesante que contar.